El efecto más llamativo de la querella de la Físcalía contra los tres jueces de la Sección Cuarta de la Audiencia Nacional por presunta prevaricación no está siendo el de hacer reflexionar a los jueces sobre sus responsabilidades. Todo lo contrario: el modo acelerado y convulso de cerrar filas en torno a sus colegas demuestra que la gran preocupación de nuestros magistrados no es la opinión que los ciudadanos tenemos de la Administración Judicial sino la seguridad de que sus privilegios no se vean afectados. Lo demás, parece tenerles sin cuidado.
Los privilegios de los jueces se concretan y subliman en el de la impunidad. Uno de los editoriales alarmadísimos de la Prensa de ayer recordaba que nunca en la historia de España había actuado la Fiscalía contra una Sala completa. ¿Es posible que nunca se haya corrompido una Sala en los últimos siglos de Historia de España? Naturalmente que no. Pero, a cambio, los jueces han cultivado la "omertá" con constancia digna de mejor causa. Y, desde luego, incompatible con una democracia donde el Estado de Derecho es algo más que un término vacío de contenido. La Justicia no puede escandalizar a los ciudadanos por actuaciones reiterada y escandalosamente injustas. La Justicia no puede ser un coto privado de caza cuyas reglas y épocas de veda definen los jueces a medias con los políticos y a espaldas del contribuyente, que es el que paga los sueldos de todos y luego padece sus desafueros. Eso es lo que está sucediendo en España en los últimos años, pero por lo visto no preocupaba demasiado ni a los jueces ni a los políticos. Ahora, por lo visto, ya empiezan a preocuparse.
Sorprende también la velocísima movilización de los jueces de la Audiencia, especialmente su Presidente Carlos Dívar, por unos colegas que han dejado el prestigio de los jueces por debajo del alcantarillado profundo de Madrid, cuando todavía recordamos todos su escandalosa inacción en el linchamiento del juez Gómez de Liaño, a quien ni protegió el CGPJ ni respaldó absolutamente nadie, por temor al Leviatán que realmente lo condenó y para el que el juicio fue un mero trámite procedimental. Pero, en el fondo, esta es la menor de las consecuencias de aquella indignidad. Los jueces recogen lo que sembraron. En rigor, apenas ha empezado la cosecha.
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