Hugo Chávez y otros voceros de su régimen se han dedicado a agitar el trapo rojo de un presunto peligro de "pinochetazo", como herramienta para infundir miedo y amedrentar a la oposición democrática. Semejante argumento, superficial y deleznable, no es más que una treta, una trampa que no resiste análisis y que sólo busca sumar a la confusión conceptual imperante elementos adicionales, destinados a debilitar las poderosas fuerzas que han colocado al gobierno a la defensiva.
El ejercicio de analogía entre el actual panorama político venezolano y el experimento allendista en Chile es útil, en especial para resaltar las diferencias de ambos procesos. En primer término, el contexto internacional es radicalmente distinto. Allende contaba con una Unión Soviética en plena expansión, dispuesta a colocar sus inmensos recursos propagandísticos a favor del nuevo laboratorio socialista en América Latina. La Cuba castrista, que mucho ayudó a Allende, todavía para entonces hacía latir los corazones de la izquierda internacional, y los grandes partidos socialistas y comunistas europeos se colocaron en cuerpo y alma junto a sus colegas del cono sur de América. Washington, por su parte, estaba dispuesto en esos tiempos a pasar por encima de los esquemas democráticos y respaldar salidas militares, sin importar los costos, en caso de ver sus intereses vitales amenazados. El caso chileno en general, y la figura de Allende en particular, adquirieron carácter emblemático a nivel internacional, posición que el caso venezolano está lejos de alcanzar. La figura de Chávez es hoy vista en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica como lo que es: un caudillo militar autoritario y anacrónico, de precario presente y nulo porvenir.
En cuanto al plano interno, tras Allende se movía un proyecto que convocaba vastas y sólidas organizaciones de masas, bien aceitadas e ideológicamente comprometidas, con cuadros disciplinados y la efectiva disposición de construir un modelo socialista. Allende era un político diestro y cauteloso que sabía negociar, y no confundía la retórica con las crudas realidades del poder. Su tragedia estuvo en el empeño de apegarse al socialismo marxista en un contexto de democracia representativa a nivel interno, y en tiempos de Guerra Fría a nivel global. El choque era inevitable y sus consecuencias terribles para los protagonistas del drama. En Venezuela, por otro lado, estamos presenciando la creciente desesperación de un revolucionario que vive en un mundo de fantasías, totalmente desconectadas de la realidad mundial y doméstica, sin organizaciones que valgan la pena, sin cuadros que le sustenten, armado de una ideología fuera de lugar e incoherente que choca contra una cultura política utilitaria y ajena al dogma socialista.
Entre las Fuerzas Armadas chilenas de entonces y las venezolanas de hoy la distancia es abismal. No existe una "derecha" orgánica en Venezuela, ni en el terreno militar ni en el civil, como sí las hubo en el Chile de Allende, ni es nuestro estamento castrense el aparato rígido y aislado de la sociedad que fue el chileno de la época. Si algo han mostrado estos tres años de disparate chavista es que en Venezuela se ha forjado una voluntad democrática que cubre todos los sectores sociales e incluye el aparato militar. Si bien los que ahora nos gobiernan están empeñados en naufragar en medio de su delirio revolucionario, la oposición, claramente mayoritaria, no se orienta a la violencia sino al cerco cívico, a la asfixia del régimen mediante la protesta civilizada. En realidad, el gobierno de Chávez se ha ido derrumbando por sí sólo, dilapidando un inmenso capital político en aras de simplismos y resentimientos sin sustancia ni destino.
Anibal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad Simón Bolívar.
©AIPE

Venezuela y el fantasma de Pinochet

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