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Matrimonio de conveniencia

La quiebra de Enron ha sido espectacular por muchas razones. Se trata de una de esas empresas de toda la vida, con imagen de solidez, que transmitía la sensación de confianza absoluta. El volumen de dinero perdido es muy elevado, tanto que es el nuevo récord de quiebra en la historia empresarial estadounidense. Las personas afectadas son muchas, porque tenía muchos pequeños accionistas. Ahora aparece relacionada con la financiación de la campaña electoral del presidente Bush tanto en las presidenciales como cuando fue elegido gobernador de Texas. Y encima, en todo este feo asunto parece estar implicado también el vicepresidente Dick Cheney. Al caso Enron no le falta de nada, ni siquiera la complicidad de la auditora.

Arthur Andersen nunca advirtió en sus auditorías de la situación real de la eléctrica norteamericana, y eso que los directivos de Enron conocían perfectamente el estado de las cosas y vendieron sus acciones antes de que se descubriera todo el fregado. La auditora, por tanto, le guste o no, tiene una responsabilidad en este caso, que debe asumir. Y es que una auditora no puede desentenderse así como así de la empresa a la que audita porque sus errores u omisiones le pueden costar mucho dinero a mucha gente, por ejemplo, a los bancos de negocios o a los pequeños accionistas. Precisamente para proteger sus intereses es por lo que las leyes de los países industrializados establecen la obligación de que las cuentas de las empresas que coticen en Bolsa sean auditadas una vez al año. Pero dicha obligación se convierte en papel mojado si las auditoras se equivocan o si, como ha sucedido en más de un caso, hacen la vista gorda sobre ciertos asuntos relevantes, en un matrimonio de conveniencia para llevarse contratos de consultoría y asesoramiento económico, jurídico y fiscal. Eso motivó que se abriesen en EEUU y en la UE sendos debates sobre la necesidad de que las empresas auditoras fueran distintas de las consultoras, un debate aún no resuelto.

La quiebra de Enron es un caso claro de la necesidad de que se produzca esa separación. Y, desde luego, Arthur Andersen no puede marcharse de rositas en este asunto porque no es la primera vez que la compañía es sancionada por falsear las auditorias, ni que oculta la verdad con casos, como Enron o en su momento Banesto, que terminan en quiebra y con sus directivos sentados en el banquillo acusados de estafa, fraude y demás.


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