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Y Zapatero, ¿qué opina de esto?

Desde Platón, se han vertido ríos de tinta para fijar cuáles debían ser las virtudes propias de un buen político. En un extremo están los que consideran que el mejor político es el filósofo que actúa al margen de los intereses materiales y se preocupa por el mejoramiento ético de sus gobernados. Para otros, la misión del político es lograr una sociedad más justa, según su concepto de justicia. Hay también —probablemente los más sensatos— quienes creen que el político ideal es aquél que sólo se preocupa por gestionar lo más eficazmente posible la cosa pública, al margen de modelos éticos.

Y, finalmente, hay quienes —como Maquiavelo— ponen el acento en las formas de adquirir y conservar el poder. Podrá estarse de acuerdo o no con la filosofía política de Maquiavelo, pero es indudable que el florentino describió magistralmente qué virtudes debían reunir y que tácticas debían aplicar quienes aspiraran al poder en un ambiente turbio y amoral, donde prácticamente no se respeta otro principio que no sea el de la pura fuerza. En concreto, distinguía tres clases de políticos: los que disciernen por sí mismos, los que entienden lo que otros disciernen y los que ni disciernen ni entienden lo que otros disciernen. La primera clase, según Maquiavelo, era excelente; la segunda, buena; y la tercera, inútil. Asimismo, Maquiavelo también recomendaba en los conflictos tomar siempre partido por uno u otro bando, especialmente por aquél que solicita ayuda explícita en detrimento de quien sólo solicita neutralidad. Quien solicita ayuda es un amigo; quien exige neutralidad, un enemigo.

Hay abundantes indicios de que José Luis Rodríguez Zapatero pertenece a la tercera clase de políticos descrita por Maquiavelo, y además ha cometido el error de abandonar a sus aliados naturales —Nicolás Redondo Terreros y el grupo que le apoya— a la furia de sus enemigos —el clan de González y Cebrián. Pero quizá lo más grave es que no sólo no es capaz de oponerse con firmeza a quienes han cuestionado y procurado la ruina de su liderazgo desde el principio, sino que se nutre de sus ideas y sus consignas, colaborando activamente en su propia defunción política.

La maniobra de la vieja guardia para colocar a Mr. Pesc como candidato a la alcaldía de Madrid —el primer paso hacia la candidatura a la Presidencia del Gobierno— en detrimento de Trinidad Jiménez y la actitud titubeante de Zapatero al respecto —que manda a Caldera a echar balones fuera hasta que El País se pronuncie oficialmente— plantea varias cuestiones ineludibles: a)¿Es consciente Zapatero de que la vieja guardia quiere defenestrarle a cualquier precio? b)Si su respuesta es afirmativa, ¿cree de verdad el actual líder del PSOE que evitará su defunción política siguiendo al pie de la letra las directrices de Miguel Yuste 40? En tal caso, sería un ingenuo. El clan González no comparte el poder con nadie. c)Y si cree que no, ¿se ha resignado acaso Zapatero a calentar el asiento al candidato de González? Si así fuera, a la ingenuidad y la debilidad añadiría algo mucho peor: la indignidad.

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