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El pañuelo femenino musulmán

Una sociedad libre se basa en el derecho de propiedad. El propietario controla de forma legítima el dominio de sus posesiones, es quien decide qué hacer o no hacer con ellas, siempre y cuando no agreda la propiedad ajena. Si alguien es agredido puede defenderse o solicitar (no exigir) ayuda a otras personas, pero nadie tiene derecho a interferir en asuntos ajenos por el hecho de percibir subjetivamente un presunto problema que la falsa víctima no siente como tal. Es la víctima real quien se siente agredida o no, y quien cede o no su derecho de defensa. La persona tolerante no utiliza la fuerza para imponer sus preferencias o comportamientos sobre otras personas. La promoción pacífica de ideas y valores puede realizarse de forma respetuosa mediante la persuasión, el boicoteo, el rechazo y la presión social. Las creencias religiosas no justifican ninguna violación del derecho de propiedad.

En una sociedad libre toda persona debe aceptar en todo momento las normas o condiciones impuestas por el propietario del lugar en el cual se encuentra en cada momento. Cada individuo puede vestir como desee en su propiedad, pero para acceder a la propiedad ajena debe seguir las indicaciones del dueño. El problema del pañuelo en la cabeza de las mujeres musulmanas procede de la coacción estatal y de la ignorancia de la superstición religiosa. Los creyentes confunden normas arbitrarias y a menudo absurdas con mandatos ineludibles. El problema no es el pañuelo que cubre la cabeza, sino el frecuente ciego fideísmo de su interior y la obsesión con los libros sagrados, que podrían ser sustituidos por más lógica, conocimiento científico, racionalidad y capacidad de análisis crítico. De todos modos si una persona entiende el valor de una norma hace bien en cumplirla.

Un centro educativo privado tiene perfecto derecho a imponer normas de comportamiento y vestimenta a sus alumnos clientes, y los progenitores son libres para rechazar sus servicios, pero deben aceptar sus reglas si los desean. El estado confisca dinero a unos para educar a otros, y obliga a asistir a sus centros educativos a quienes no lo desean. Un centro educativo estatal presenta todos los problemas típicos de la propiedad pública: reglas no competitivas iguales para todos, imposibilidad de discriminación y toma no local de decisiones con menos conocimiento y peores incentivos.

Desde fuera del Islam se piensa que esta forma de vestir es un símbolo de discriminación y sumisión sexual, lo cual puede tener buena parte de razón. Pero para muchas musulmanas se trata simplemente de un elemento de su tradición cultural: hablan de pudor, modestia, vergüenza; se sentirían incómodas o incluso impuras pecadoras si no pudieran cumplir con el precepto religioso. Las normas religiosas son a menudo arbitrarias y nocivas, pero igual pueden serlo las leyes civiles. Lo importante es lo que afirme cada mujer, si es amenazada con la violencia o si decide libremente por voluntad propia. Toda persona vive rodeada de influencias ajenas, sistematizadas o no, y las amenazas pueden ser sutiles e indirectas, pero la presión social pacífica no es una agresión. Nadie tiene derecho a determinar por otro qué debe gustarle y qué no. Nadie tiene derecho a exigir a los demás que le acepten como es. Si una persona no se siente a gusto en su familia o en su comunidad puede abandonarlos. Pero las leyes estatales impiden esta posibilidad al otorgar a los padres poderes coactivos sobre sus hijos menores que éticamente no tienen.

Si las musulmanas no se sienten agredidas, un observador externo puede intentar persuadirlas, pero no tiene sentido decir que se actúa en su beneficio cuando ellas rechazan explícita, consciente y libremente esa presunta ayuda. Y si hablamos de discriminación sexual, ¿por qué en los uniformes escolares los niños llevan pantalones y las niñas falda?


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