Hay demasiadas contradicciones, demasiados datos absurdos o inexplicados en el incidente de la embajada de México en La Habana como para poder descartar que haya sido una provocación deliberada de la dictadura cubana para cortar en seco cualquier veleidad de ayuda a los demócratas anticastristas por parte del Gobierno de Fox. Todos los indicios apuntan a la típica estrategia del pirómano-bombero en que tan diestro se ha mostrado siempre el déspota caribeño: primero provoca una crisis mediante la violencia común o abiertamente terrorista y luego se ofrece a “mediar” entre sus provocadores y los provocados, que por lo general suelen acabar agradeciendo que les quite el pie del cuello en vez de tomar represalias por la humillación inferida a su cogote. Colombia es el caso extremo pero no el único de ese “síndrome de Estocolmo” que padecen los políticos iberoamericanos bajo el chantaje de Fidel Castro y que podríamos llamar “síndrome de La Habana.”
Pero pocas veces un Estado muchísimo más poderoso que el cubano se ha humillado de forma más rastrera, se ha postrado con mayor vileza, se ha enfangado de manera tan ruin y miserable como este México del que se esperaba realmente una transición a la democracia. No la habrá mientras su política exterior siga siendo una continuidad de la del nefasto PRI que instauró en el interior una dictadura gangsteril mientras en el exterior servía a la estrategia soviética en Iberoamérica –Humberto Toledano y Caridad Mercader desfilando con mono y pistola al cinto por Ciudad de México, la “conexión NKVD” que acabaría en el asesinato de Trotski por Ramón Mercader-. Y que desde que Castro y el Che entraron en La Habana “compró” la seguridad de su régimen, que Cuba no fomentara guerrillas precisamente en la tierra de Emiliano Zapata, ejerciendo de protector internacional de la dictadura cubana frente a su millón de presos y exiliados políticos, como una supuesta demostración de “independencia” frente a los Estados Unidos. En realidad, como una prueba de que las pandillas de gángsters se entienden entre sí mejor que con la policía, no digamos ya con los ciudadanos decentes.
Pero incluso esa tradición de apaño mafioso ha sido superada por el rosáceo biógrafo del “Che” y actual canciller mexicano Jorge Castañeda, uno de tantos intelectuales izquierdistas de alquiler, al uso de los Carlos Fuentes y García Márquez, que fue fletado por el derechista Fox para tranquilizar a los “perfectos idiotas latinoamericanos” que pueblan universidades y periódicos y convencerles de la continuidad “progresista” de la política exterior mexicana. Nadie podrá dudarlo ya. Primero, Castañeda fingió en Miami –en ese consulado cultural que ya pueden cerrar- que se preocupaba de la libertad “también” en Cuba. Pero cuando se produjo el extrañísimo incidente de la Embajada –montado o infiltrado por provocadores castristas- y, sobre todo, cuando más de cien personas fueron detenidas en los alrededores al tratar de entrar en la Embajada para huir de Cuba, la respuesta de Castañeda fue insultar a los “radicales” que habían manipulado sus palabras –falsas en su intención, no en su intelección- y proclamar que México no iba a participar en una “cruzada anticastrista”. Nadie esperaba iniciativa tan digna. Pero llamar a la propia policía de Castro para entrar en la Embajada a retirar a sus esbirros o a encarcelar disidentes –o ambas cosas a la vez- sobrepasa en indignidad todo lo que con respecto a Cuba vienen haciendo los Gobiernos más ruines de Iberoamérica. Incluyendo, naturalmente, a los de México, en cuyo pedestal liberticida puede ya ocupar un lugar de honor el de Vicente Fox y Jorge Castañeda. Otros dos rehenes de Castro.
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