En 1991, un joven estudiante finlandés llamado Linus Torvalds envió un mensaje a un foro de discusión en Internet. Un mensaje que ha supuesto un verdadero documento histórico en la pequeña historia de la Informática. En él, decía que había escrito una pequeña variante de Unix llamada Linux y pedía sugerencias para mejorarlo. Casi diez años después de ese texto, un sistema operativo creado como trabajo aficionado y voluntario se ha convertido en la única alternativa viable a Microsoft, por encima de las soluciones comerciales de empresas tan importantes como IBM, Sun o HP.
La primera pregunta que a uno le viene a la mente cuando se le cuenta esto es: ¿cómo es posible? ¿Cómo puede ser que un grupo de miles de informáticos, en su tiempo libre, realice un producto de mayor calidad en casi todos los aspectos a un producto hecho por una empresa seria y competente? Eric Raymond lo explica indicando que el software libre sigue un modelo de bazar, mientras que tradicionalmente los programas se han realizado siguiendo el modelo de la catedral. En el primer caso, cada desarrollador sigue su propio camino en busca de objetivos propios, nunca negados sin una razón importante por el director del proyecto. En el segundo, los objetivos son fijos, las órdenes se transmiten jerárquicamente y los programadores no tienen libertad para llevar a cabo sus propias ideas. Si no me acusaran de hacer política, reconozco que en lugar de bazar y catedral yo hablaría de mercado libre y socialismo.
Además, el software libre es una excelente demostración de lo que es capaz de realizar la sociedad civil cuando los gobiernos la deja en paz. El software libre es donde muchos informáticos invierten su tiempo libre de forma casi desinteresada. En algunos casos lo hacen por esa sensación de estar haciendo lo correcto. En otras, por el mero hecho de realizar una herramienta que necesitan del modo en que lo necesitan. En todos, por el reconocimiento entre pares que produce. Con motivos egoístas o no, lo evidente es que la mano invisible vuelve a actuar ahí donde nadie se lo prohíbe.
Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.
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