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EDITORIAL

Éxtasis mortal

Un síntoma claro de la decadencia moral que arrastra España es la persecución compulsiva de la embriaguez que practican nuestros jóvenes a edades cada vez más tempranas. Y las filosofías que la izquierda y sus intelectuales orgánicos han extendido por España en sus largos años en el poder son en gran parte responsables de ello.

El constante cuestionamiento del principio de autoridad de los padres y de los maestros, la necia pedagogía progre (consagrada en las leyes educativas y penales que promulgó el PSOE) consistente en presentarlos como “uno más de la panda” y la elevación del hedonismo más grosero al lugar de virtud máxima, necesariamente tenían que producir estos resultados.

No hace falta ser un experto pedagogo para darse cuenta de que los jóvenes necesitan modelos dignos de imitar para constituir su propia personalidad. Y esos modelos (los padres principalmente, y también los maestros) deben tener a sus ojos la autoridad necesaria como para ser considerados dignos de imitación. Se dirá que la inmensa mayoría de los padres y de los maestros no se emborrachan ni se drogan. Es cierto. Pero los jóvenes saben detectar mejor que los adultos quién tiene las ideas claras y merece respeto, y quién se limita a inhibirse en todo tipo de cuestiones espinosas.

Educar a los hijos y a los jóvenes no es un camino de rosas, sobre todo cuando alcanzan la adolescencia. Mil peligros les acechan que pueden arruinar sus vidas o acabar con ellas, como les ha sucedido a los adolescentes que fallecieron en la fiesta de Málaga. Y es precisamente en estas edades cuando es necesario tener más “mano izquierda” con ellos. Combinar la tolerancia necesaria para que empiecen a tomar sus propias decisiones con la firmeza imprescindible cuando esas decisiones pueden acarrearles consecuencias irreversibles no es tarea fácil, pues se trata de proporcionarles medios eficaces para distinguir entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. Y esto no se puede hacer si no se dispone de la suficiente autoridad moral.

Es ciertamente un escándalo que haya sido un ente dependiente de la Junta de Andalucía (Canal Sur) quien gestionara los permisos necesarios para organizar la fiesta, donde las pastillas de éxtasis circulaban con absoluta libertad. Pero esto no debería hacernos olvidar que, tarde o temprano, estos luctuosos sucesos se habrían producido igualmente en otra discoteca o sala de fiestas. De poco sirve prohibir los estupefacientes o decretar quizá un toque de queda para los jóvenes a partir de determinada hora, mientras que en nuestra sociedad no se impongan otros valores que no sean el absoluto irrespeto por cualquier autoridad o código moral que impida poner en práctica las máximas que flotan en el ambiente y que los jóvenes absorben como esponjas: “todo es relativo” y “hay que vivir el momento”.

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