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11-S: apenas ha acabado la primera batalla

Ante el ataque terrorista más brutal de la Historia, y vista la terrorífica capacidad de organización de los terroristas —que forman una especie de “fraternidad universal” con estados patrocinadores o conniventes— George Bush, con el apoyo de la mayoría de sus conciudadanos, se ha propuesto convertir el mundo en un lugar seguro; como lo fue bajo los auspicios del Imperio Británico hasta la I Guerra Mundial; y para ello necesita extirpar la amenaza del terrorismo allá donde se encuentre y reciba cobijo.

La nación hegemónica del mundo civilizado no puede permitirse el lujo de esconder la cabeza debajo de la tierra, como hacen el avestruz y —triste es reconocerlo— los países que forman la Unión Europea, en la vana —e inmoral— esperanza de que los terroristas acaben por sucumbir al hastío o a la desidia. En España llevamos más de treinta años sufriendo esta lacra, y los terroristas, no sólo no se han aplacado, sino que se han radicalizado aún más cuando han percibido que la firmeza de los defensores del Estado de Derecho flaqueaba. Y la última vez que flaqueó EEUU, el imperio soviético alcanzó su máxima expansión territorial

Ocurre exactamente lo mismo en la esfera internacional, sólo que corregido y aumentado, puesto que existen estados que patrocinan el terrorismo. Es sabido que si Irak —único gobierno del mundo (con la excepción de los nazis) que ha empleado armas químicas contra sus propios súbditos— no dispone aún de armas nucleares es porque los bombardeos selectivos de la aviación israelí y la Guerra del Golfo lo impidieron. Corea del Norte, la única monarquía estalinista del mundo —con la posible excepción de Cuba—, dispone de armas nucleares hace ya algún tiempo; y si no las ha utilizado todavía contra Corea del Sur o Japón es porque sabe perfectamente que EEUU no dejaría sin respuesta una agresión de ese calibre. Si Gadafi no hubiera oído de cerca los estallidos de las bombas, probablemente se hubiera convertido en una seria amenaza para los países del Mediterráneo. Y en cuanto a Irán, no es preciso estrujarse mucho el magín para averiguar de dónde proviene la financiación de los terroristas chiítas que operan en Israel.

Nadie en su sano juicio que desee un mundo más seguro debería criticar o poner trabas a los esfuerzos por neutralizar los focos de inestabilidad y apoyo al terrorismo que estos países han constituido tradicionalmente. Es una imprudencia, si no una mezquindad, acusar a Bush de imperialista, de relanzar la amenaza nuclear o de procurarse medios suficientes para hacer frente a una larga guerra y garantizar la seguridad de los norteamericanos. La vieja Europa no ha aprendido la lección de los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Mucho menos la del 11-S. Hoy, la mayoría de los europeos, intoxicados por tantos decenios de propaganda soviética en contra de las armas nucleares (sólo de las occidentales) y a favor del desarme unilateral, parecen haber llegado a la conclusión de que los ejércitos son como ONG que sólo sirven para repartir comida y medicinas o para ordenar el tráfico en los países que los “odiados yanquis” consiguen imponer cierto orden y cordura.

Algo que aún diferencia a EEUU de la decadente Europa es que al otro lado del Atlántico las promesas, para bien o para mal, se suelen cumplir; y cuando están en juego la libertad y la seguridad, se cumplen a fondo. Parece que Bush está decidido a dar la batalla en toda regla al terrorismo internacional, y la única manera de lograrlo es procurarse los medios militares necesarios, además de reunir la suficiente voluntad de usarlos si llega el caso.

Es precisamente la función disuasoria de los preparativos militares la que frena los ímpetus del enemigo. Por ello, no hay que extrañarse ni reprochar a Bush que prefiera ir por libre en el diseño de su estrategia si sus aliados todavía no han aprendido el precepto fundamental de la política internacional: si vis pacem, para bellum

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