Galileo empieza a dejar de ser proyecto para convertirse en realidad. Este martes, los ministros de Tecnología de la Unión Europea han rubricado el acuerdo que alcanzaron los Quince en la Cumbre de Barcelona para relanzar el plan para crear la red de satélites europea y le han dado los recursos económicos que necesita para salir adelante con éxito. El proyecto tiene para la UE una trascendencia que va mucho más allá de la de dotarse de su propia red de satélites de telecomunicaciones. Este aspecto, desde luego, es importante porque hasta ahora la única red que hay es la de Estados Unidos, que nació con vocación militar y es este uso el que tiene preferencia sobre cualquier otra cosa. Por si alguien tenía alguna duda al respecto, la guerra de Afganistán lo ha dejado muy claro.
No obstante, consideraciones geoestratégicas aparte, el proyecto Galileo ha dado vida a una industria aeroespacial europea que, de no ser por él, tenía un futuro muy difícil ante sí. Galileo, por tanto, es el catalizador de energías y recursos en procesos de investigación y desarrollo en las tecnologías más avanzadas de los cuales se beneficiarán todas las empresas que participen en él porque obtendrán el músculo financiero, la experiencia y el 'know how' que necesitan para abordar nuevos proyectos. Este aspecto, probablemente, es el más importante del proyecto porque lo que ha marcado la diferencia entre Estados Unidos y la Unión Europea en la década de los noventa ha sido los fuertes avances tecnológicos producidos al otro lado del Atlántico y la generalización del uso de esas nuevas tecnologías tanto por las empresas como por los particulares. Eso ha explicado las fuertes tasas de crecimiento alcanzadas por la economía norteamericana y el alto nivel de empleo, al tiempo que la inflación permanecía bajo control.
Ahora, la UE tiene una razón para estimular las inversiones en investigación y tecnología que luego deben resultar en mejoras en la productividad y, con ellas, en el empleo y el bienestar de los Quince. Por eso Galileo es tan importante. No hace falta ser un gurú para adivinar que una de las características que tendrá este siglo XXI que acaba de nacer es la del uso generalizado de la tecnología. Quien quiera estar a la vanguardia de la economía mundial, tendrá que hacer una apuesta decidida por ella, no sólo para incorporarla a los procesos productivos, sino como creadores de esa tecnología, que es de donde vendrán la riqueza y la capacidad de influencia en el resto del mundo. En este sentido, Europa se juega su futuro. Con la apuesta por Galileo, parece que empieza a hacerlo bien.

Una apuesta estratégica

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