Los nacionalistas vascos, anulado políticamente el PSE, respiran más tranquilos. Saben bien que ya no queda prácticamente nada del espíritu de Ermua. En apenas cinco años, contados desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco, han conseguido dar la vuelta completamente a la situación política.
Cuando los etarras y los nacionalistas se vieron acorralados por la ola de indignación que llenó las calles de todas las ciudades de España a raíz de aquel nauseabundo asesinato, emprendieron un cambio de estrategia. ETA anunció una tregua un año después, el 16 de septiembre de 1998, después de que pocos días antes, el 12 de septiembre, se hubiera asegurado el apoyo del PNV a la vía soberanista, madurado previamente en contactos y reuniones secretas que tuvieron lugar en el verano de 1998, tal y como reconocían los etarras en el comunicado donde declaraban el fin de la tregua: “PNV y EA adoptaron el compromiso de romper completamente las relaciones con las fuerzas españolas que se mostraban como enemigos de Euskal Herria; y ETA anunciaría la interrupción sin límites de las acciones. Ese acuerdo fue secreto, y segun él, se fijaba una fase de observación de cuatro meses”.
El pacto, todavía vigente, suponía la ruptura del PNV con la vía autonómica y constitucional, tal y como se encargaban de aclarar los propios etarras en el texto de la declaración de tregua: “Los que apostaron a favor del autonomismo que estamos citando (en los partidos abertzales EA y PNV, el sindicato ELA y muchos sinceros abertzales) se han dado cuenta de la esterilidad de esa vía. Esta vez, han mostrado su voluntad de avanzar por una nueva vía”; así como también en el comunicado de ruptura: “PNV y EA adoptaron el compromiso de romper completamente las relaciones con las fuerzas españolas que se mostraban como enemigos de Euskal Herria; y ETA anunciaría la interrupción sin límites de las acciones”.
Con su “tregua-trampa”, tal y como la definió Mayor Oreja cuando todavía era ministro de Interior, los etarras supieron atraerse al PNV a la vía soberanista, en un paso que ya no tiene vuelta atrás. Una prueba de ello son las declaraciones de Arzalluz e Ibarretxe en el Aberri Eguna, con constantes alusiones al “ámbito de decisión vasco” y guiños a los proetarras: “la gente nos pide que hablemos entre nosotros [PNV y Batasuna-ETA], que adoptemos ya medidas políticas para resolver los problemas que son políticos. La sociedad podrá ratificar más tarde estas soluciones y medidas [referéndum para la ‘autodeterminación’]”; “si alguien tiene que ilegalizar Batasuna es el pueblo vasco”; “tan democrática es la libertad de expresión como la libertad de asociación” —¿también de malhechores y asesinos?—; “¿cómo nos pueden pedir que renunciemos a nuestra forma de pensar, a nuestras ideas, hasta que ETA no acabe?”; ETA es “la tapadera de la que se aprovecha Aznar”; “ etc.
Nada ha cambiado desde entonces, como bien apunta Javier Arenas, secretario general del PP, quien hoy ha ofrecido el PP a los votantes socialistas defraudados por el nuevo PSE de Patxi López: el PNV sigue en el monte, y ETA no ha renunciado a su voluntad de seguir asesinando. La única diferencia es que el “espíritu de Estella” ha vencido al “espíritu de Ermua”, gracias a los “buenos oficios” de González, Cebrián, Elorza y Eguiguren, quienes ni siquiera empleándose a fondo podrán justificar ante la opinión pública y el electorado su traición a la causa de la libertad y de la democracia a cambio de las míseras lentejas en forma de “certificado de corrección política” que el PNV les ha otorgado.

¿En qué ha cambiado el PNV?

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