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Alberto Míguez

Venezuela, en transición

Poco a poco se van apagando los ecos de la explosión cívica que acabó con el presidente Hugo Chávez de Venezuela, ahora a buen recaudo en un cuartel vigilado por sus compañeros de armas y en espera de que responda por los latrocinios, arbitrariedades, crímenes, chantajes y disparates que caracterizaron sus tres años de infeliz mandato.

Venezuela debe recuperarse ahora de esta locura mediante una administración honesta y competente, aunque sea provisional, mientras el disparate de una Constitución hecha a medida por el sátrapa se revoca o reforma esencialmente. El objetivo principal de este nuevo gobierno debería ser simple y difícil: no volver a las andadas, no reincidir en la partidocracia corrupta (Carlos Andrés Pérez and company) que suele conducir directamente a la tiranía y la locura caprichosa de un espadón o varios, y reconciliar a los venezolanos con ellos mismos y con la política después de tres años de ebriedad y de paranoia. No será fácil.

Chávez tenía pensado dirigir los destinos de su país ¡hasta 2013!, plazo necesario, según este esperpéntico personaje, para culminar lo que él llamaba la “revolución bolivariana”, asombroso puzzle de idioteces, lugares comunes, frases hechas y balbuceos que el militar atribuía al gran Simón Bolívar, el Libertador. Creía Chávez que sus amigos del mundo entero le iban a echar una mano cuando llegasen las vacas flacas. Estos amigos eran, por orden de intimidad, Fidel Castro, el coronel Gadafi y Saddam Hussein, es decir, lo mejor de cada casa y del mundo mundial. Obviamente, el más íntimo de estos amiguetes era Fidel Castro, a quien Chávez dedicó un bolero cuyo título es todo un poema: “Si tu me dices ven...” Ahora, Fidel está triste y, como en el verso de Ruben Darío, habría que preguntarse aquello de “qué tendrá Fidel”. El tiranosaurio caribeño se está quedando más sólo que la una. Criatura.

Porque, además de estas compañías tan poco recomendables, Chávez tenía una afición imparable y nada secreta: la canción melódica, especialidad boleros. El sátrapa no perdía ocasión para regalar a la concurrencia con sus interpretaciones y “revivals” de boleros de Los Panchos, Ana María González y el inolvidable Antonio Machín. Con esporádicas incursiones en la canción italiana, género napolitanas. Inolvidable fue aquella interpretación a trío de “O sole mío” acompañado por el presidente chino Jiang Zemin y Julio Iglesias, otro intelectual. Jiang Zemin es uno de los genocidas más respetados del planeta y cuando se le va la mano fusila, por ejemplo, a mil chinos que, dada la intensidad demográfica del país, es una menudencia. Iglesias lleva torturando a la humanidad con los mismos boleros, rancheras y tangos desde hace medio siglo en total impunidad. Ni Jiang ni Iglesias se han declarado todavía “bolivarianos”, pero no cabe excluirlo.

El asesinato de veintitantos ciudadanos desarmados, cuyo único delito fue pedir la dimisión del presidente felón, fue la traca final del mandato de Chávez, un payaso sangriento, iletrado y violento que recorría el mundo con una espada de Bolívar falsificada en Taiwán y se pavoneaba como “muy amigo” de Aznar y el Rey. Su legado a la posteridad podría ser la recopilación de boleros y marchas militares que dirigía en el Palacio de Miraflores con la espada de hojalata rodeado de su corte de lamefístulas y sargentos chusqueros. Suerte y libertad para Venezuela.

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