En el centro de acogida de menores de Melilla la directora y los educadores están totalmente desbordados. Unos chiquilicuatros malcriados, con poco que perder y dispuestos a hacer lo que les da la gana parecen convencidos de que no ha nacido quien se atreva a llevarles la contraria.
El conflicto estalló una mañana en que los mozalbetes decidieron probar su fuerza. A la hora del desayuno se negaron a levantarse de la cama y tres horas más tarde acudieron al comedor exigiendo que se les diera el sustento matinal. Los responsables del centro se negaron, los menores, supongo que conscientes de su poder, se envalentonaron y amenazaron e insultaron a la dirección y a los profesores que, asustados e incapaces de controlar aquello han presentado su dimisión. Las autoridades melillenses quieren renunciar a las competencias que, en lo relativo a la gestión de estos centros, tenían transferidas y reclaman la intervención del Estado central.
Me llamaron la atención unas declaraciones que hizo la directora del centro el día de su dimisión: “ lo que uno haría con su propio hijo no lo puede hacer con un chaval de éstos”. Probablemente esta mujer pensaba que todo se hubiera podido arreglar con un buen sopapo o un apropiado castigo a tiempo. Pero, ¿quién es el guapo que se atreve a castigar, o peor aún, a poner la mano encima de un menor que, además, es inmigrante? En cuanto se tuviera conocimiento de tamaño atropello, medios de comunicación, asociaciones protectoras de los derechos del inmigrante, organizaciones internacionales defensoras de la infancia caerían sobre el tan osado maltratador infantil.
Pero no es sólo Melilla, todos esos menores que llegan a nuestras costas y que son atendidos en los centros de acogida están creando infinidad de problemas. Si se les va a dar cobijo no bastará con darles de dormir y de comer, hay que hacerles comprender que si se quedan aquí es para estudiar, trabajar, cumplir con las leyes, respetar la autoridad y ganarse la vida y si los persuasivos métodos pedagógicos no sirven porque no “pertenecen a su cultura” y no son estos chavales sensibles a ellos, habrá que habrá que echar mano de otras medidas.
Si no hay nadie en España dispuesto a enfrentarse seriamente con este problema y a asumir la responsabilidad de una reeducación difícil mejor será que repatríen a estos chicos, y si no se puede hacer porque la ley no lo permite que se cambie la ley. Nadie puede dudar de que estos jovencitos tienen todas las papeletas para convertirse en delincuentes y no habría cretinez mayor que la de un país que de forma consciente importa y cultiva la delincuencia.

Motín en Melilla

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