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Francia: hasta el mes que viene...

Los resultados de la segunda vuelta de las presidenciales francesas concuerdan casi al milímetro con las estimaciones previas. Jacques Chirac ha obtenido aproximadamente el 82% de los sufragios, mientras que Jean Marie Le Pen contabiliza el 18%. A primera vista, parece que el frente anti-Le Pen ha funcionado a la perfección, y todos los que no han votado al líder del FN festejan la victoria de un consenso tan abrumador como frágil y fugaz.

Pero el centrifugado político que han puesto de manifiesto las elecciones presidenciales es un síntoma inequívoco de la descomposición del statu quo de la V República, un precipitado de intervencionismo, burocracia, socialismo y corrupción que comparten tanto los gaullistas como los socialistas, con escasas diferencias de forma y prácticamente ninguna de esencia. Los resultados están a la vista: inseguridad ciudadana —claramente percibida por los electores y una de las claves de éxito de Le Pen—, así como también estancamiento económico y decadencia cultural —que la inmensa mayoría de los franceses no percibe como consecuencias de las políticas intervencionistas que practican tanto la derecha como la izquierda.

El espejismo del consenso contra la ultraderecha se desvanecerá rápidamente, porque donde realmente se va a decidir la gobernabilidad de Francia es en las elecciones legislativas del próximo 9 de junio. Un escaso márgen de tiempo si se tiene en cuenta que, tanto los socialistas como los gaullistas, apenas han digerido la píldora que les ha administrado el electorado francés. Tan sólo Chirac parece haber captado parcialmente el mensaje de los electores y ha prometido en su discurso post electoral que la seguridad ciudadana será uno de los ejes principales de su programa. Sin embargo, de cara al futuro, Chirac deberá abordar una profunda renovación ideológica de la derecha, alejándola de los pantanosos terrenos del estatismo, del intervencionismo, de la corrupción y de lo políticamente correcto, si no quiere ver disputado su espacio político por Le Pen. Lamentablemente, esta es una tarea que no se improvisa en un mes, y los partidos en el poder rara vez acometen reformas ideológicas.

Por su parte, los socialistas deberán emprender una reforma de su ideario aún más profunda, sobre todo en lo referente al problema de la inmigración y la inseguridad ciudadana, si no quieren ver repartidos sus votos entre una miríada de candidatos insustanciales cuyo único denominador común es su nostalgia por el modelo soviético. Poco más de un mes parece un plazo excesivamente corto para encontrar un líder que sea capaz de reconducir el socialismo francés hacia la senda de la sensatez y de los proyectos políticos viables, a la manera de Tony Blair en Gran Bretaña.

No parece nada descabellado, pues, aventurar que las elecciones legislativas reproducirán en buena medida los resultados de la primera vuelta. Quizá la única duda será si el FN de Le Pen será la segunda o la tercera fuerza política de Francia. Pero lo que parece inevitable, si se extrapolan los resultados de la primera vuelta presidencial, es que asistiremos a una nueva cohabitación —mucho más inestable que la anterior— entre gaullistas y socialistas. En tales circunstancias, la lucha por el poder arrinconará la necesaria renovación ideológica de los dos principales partidos de Francia. Y esta es, precisamente, la forma más segura de tener Le Pen para rato... al menos mientras dure la V República.

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