De nuevo la oposición llama a los alumnos, padres y profesores a manifestarse en contra de la futura Ley de Calidad del Gobierno. Carme Chacón asegura que ellos, los socialistas, son quienes verdaderamente quieren calidad en la educación, porque la calidad que ellos proponen es para todos y no sólo para unos pocos, como pretende el PP.
Cuando el gobierno del Partido Popular tomó la decisión de reformar la enseñanza secundaria tuvo, a mi modo de ver, un gran acierto al dar a su reforma el nombre de Ley de Calidad. El argumento político era perfecto, se ha conseguido extender la educación a todos los rincones de España, hagamos ahora que esa educación sea de calidad.
Pero poco duró la originalidad del invento. No tardaron en apropiarse de él todos las asociaciones, sindicatos y colectivos logsistas que pululan por el mundo de la enseñanza para tergiversar el sentido que en un principio había querido dársele. El resultado es que ahora todos dicen querer un sistema de calidad y nadie sabe ya qué significado puede tener eso.
Es curioso que los padres que pueden pagar la enseñanza de sus hijos tengan claro lo que ellos entienden por “un colegio de calidad”. Suelen saber muy bien qué tipo de colegio quieren y qué es lo que buscan en él: buenos profesores, mayor o menor nivel de exigencia, que se haga deporte, que se aprenda bien inglés, que se imparta, o no, una enseñanza religiosa, etc.
Es en la enseñanza pública donde parece haberse sembrado la confusión. La pérdida del valor que tenía la instrucción, el desprecio por los contenidos de las materias que se enseñan, la eliminación de las evaluaciones objetivas, el desprestigio de los resultados del aprendizaje, entre otras muchas cosas, han hecho que hablar de “escuela de calidad” no tenga un sentido totalmente claro. Los baremos que miden la calidad de la educación de los centros públicos no pueden establecerse porque no han querido establecerse.
Los socialistas, y la izquierda en general, que son quienes han dominado el sistema público de enseñanza, han querido establecer un sistema uniforme, obligatoriamente idéntico para toda la población. No han querido dar otra opción a las familias que la que impusiera el Estado, han sido totalmente contrarios a la libertad de enseñanza.
Es pues, su modelo, el propio de un estado totalitario. Cuando este modelo se ha querido imponer dentro de un régimen democrático, la sociedad ha buscado soluciones en la enseñanza privada y el resultado final es que los padres que no pueden permitirse el desembolso mensual para pagar un colegio no tienen posibilidad alguna de elección y deben contentarse con la oferta estatal.
Estas cosas son las que habría que explicar a tanta gente a la que tan bien le suenan esas frases demagógicas de “calidad para todos y no sólo para los ricos” o “este gobierno quiere dividir a los niños en listos y tontos y sólo ocuparse de los listos”, o “el PP quiere cargarse la enseñanza pública”.

A vueltas con la calidad de la enseñanza

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