Las últimas noticias de que los terroristas de Al Qaeda están probablemente planeando un ataque contra Estados Unidos pueden ser fiables o no, pero demuestran que, si bien los terroristas aún no han obtenido armas de destrucción masiva, van camino de conseguir armas de alteración masiva. Sin pegar ni un tiro, consiguen su propósito de aterrorizar a la población. Mientras, el Gobierno, en vez de concentrar sus recursos en combatir a los terroristas es obligado a de perder tiempo y esfuerzos en responder a necedades y preguntas ridículas de una oposición que se encona más con el presidente que con las huestes de Ben Laden. Además, la prensa parece estar más interesada en los escándalos políticos que en el sentido común.
La situación actual ilustra la dificultad que encuentran el FBI, la CIA y todos los departamentos del Ejecutivo norteamericano para descifrar el alud de datos recogidos por sus espías humanos y mecánicos. Los datos no sirven mientras no tengan claro lo que significan, pero hay una gran preocupación por la intensidad de los comunicados en círculos terroristas. La Admisnitración Bush no sabe qué debe recomendar o prohibir para proteger las vidas y los bienes de los ciudadanos.
En cierta forma, lo que hoy ocurre ayuda a explicar por qué Bush no hizo públicas las advertencias generalizadas del año pasado, pues queda claro que nadie sabe si hay que vigilar los aviones, las reservas de agua, las centrales atómicas, las estaciones de metro o los laboratorios médicos. Una reacción de pánico, cerrando los aeropuertos y suspendiendo las actividades del país, se convertiría en un ataque masivo contra la economía de Estados Unidos que arrastraría como un torbellino al resto del mundo rico y pobre. Justamente, eso es lo que busca Al Qaeda y para conseguirlo ni siquiera necesita la ayuda de sus aficionados al martirio.
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