Uno de los problemas con los sistemas informáticos reside en que puedan trabajar juntos. De nada sirve tener un buen ordenador si se le une una impresora que no es compatible. Ser compatible significa que pueden funcionar juntos, es decir que exista sinergia, sin ella no hay efectividad en el funcionamiento del conjunto. Y lo mismo pasa en el ámbito social. Esto no lo perciben muchos partidarios de la multiculturalidad. La mezcla, la coexistencia de varias culturas, la ven como un cocktail, mezcla que produce una bebida con un sabor nuevo. Las culturas no son bebidas, son formas de vida con historias de siglos, no se mezclan; todo lo más, elementos de una pasan a formar parte de otra, pero solo elementos, ya que lo que hace que esa cultura sea viable es, precisamente, su especificidad. No cabe duda que cada cultura es el producto de la fusión de elementos culturales anteriores, no una mezcla que se separa a la menor perturbación, una fusión es el resultado de una coherencia de los componentes, su compatibilidad es lo que asegura que la unión no acabe en guerra étnica.
Hoy hay en toda Europa un problema serio que a primera vista se califica de xenofobia, cuando no es otra cosa que la conciencia, más o menos clara, de unas incompatibilidades culturales. Los más necios (es necio el que no sabe lo que debía saber) lo califican de racismo. Cultura es un fruto socio-historico y raza un concepto biológico.
Un caso concreto nos lo ofrece el asunto de la mezquita de Premiá del Mar. Una parte de la población se niega a que se construya una mezquita en su barrio. Los musulmanes son unos inmigrantes que piden tener centros de culto propios, lo que es normal. Lo que es menos normal es que en esos lugares de culto se prediquen normas que son contrarias a la legalidad del país de acogida. Lo que hace que el vivir cotidiano de esos inmigrantes no sólo aparezca como extraño, es que se perciba como algo ilegal, cosa que es cierta. En Europa y en concreto en España se ha logrado, tras años de esfuerzos, la igualdad de los sexos. La mujer es igual al hombre. La humanización, no digo superioridad para no perturbar a algunos, de la cultura occidental reside precisamente en no tolerar que se considere inferior a ningún ser humano, nadie ha de ser discriminado por el color de su piel, sus ideas o su sexo.
La religión musulmana considera a la mujer como inferior al hombre (véase el Corán 2:228, 4:11, 4:34, 4:176), la mujer vale la mitad que el hombre. Esas son las palabras que Allah dictó a Mahoma: son palabras de Dios y por lo tanto intocables. Una cultura que discrimina a la mujer no es compatible con otra que acepta la igualdad de los sexos. Esa diferencia cultural hace difícil la coexistencia sobre el mismo territorio, pues implicaría dos leyes sociales fundamentalmente diferentes. Para el Islam, la poligamia es legal y está recomendada por el Eterno. En la cultura occidental, y en otras, la monogamia es de ley.
En el caso de los inmigrantes musulmanes no se les puede obligar a cambiar de religión, pero nosotros tampoco debemos cambiar de cultura. Aceptar la inferioridad de la mujer y la poligamia es, para nosotros, un retroceso cultural de siglos, digo bien: para nosotros.
La inmigración ha hecho evidente que hay incompatibilidades culturales y que la multiculturalidad es un asunto que hay que pensarlo en serio y no puede ser un mero slogan político.
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