Por primera vez en el país andino, un candidato presidencial no ha necesitado de una segunda vuelta para proclamarse presidente electo. Los colombianos, después de casi cuarenta años, han comprendido que al terrorismo sólo se le bate con la firmeza, tanto de las convicciones como de los actos. Y esto es lo que ha prometido Alvaro Uribe. Las FARC y el ELN, cada año cobran su “tributo” en metálico a centenares de secuestrados, en sangre a centenares de víctimas, y en dólares a los narcotraficantes que han encontrado en la zona de exclusión decretada por el pusilánime Pastrana. Un refugio seguro para la producción y refino de cocaína y de opio, del que, Colombia, en tiempo de Pastrana, ha pasado del cuarto al segundo puesto en producción mundial, inmediatamente después de Afganistán.
El dinero del narcotráfico y de los secuestros ha permitido a los terroristas convertirse en un estado dentro del estado colombiano. Pastrana comprendió tarde que los terroristas no desean compartir el poder, sino acapararlo para transformar Colombia, a cualquier precio, en una Cuba andina. Y con su política condescendiente, ha permitido a las FARC fortalecerse hasta el extremo de constituir un serio peligro para la libertad de Colombia.
Alvaro Uribe se enfrenta a una colosal tarea, ya que los únicos enemigos del orden constitucional colombiano no se hallan en las deforestadas sierras —todavía no se han oído las protestas de las organizaciones ecologistas, ni se ha visto a ningún activista rojiverde atarse a los árboles o desplegar pancartas en la zona de exclusión—. Tan temibles como los que empuñan las armas son sus infiltrados en los tribunales de justicia, que no pierden ocasión de desacreditar y encarcelar a los mandos más eficaces del ejército colombiano, el único de Iberoamérica que jamás ha protagonizado un golpe de Estado. Uribe tendrá que abordar una reforma en profundidad de la Constitución y de la justicia colombiana para que los tribunales dejen de ser un instrumento más en manos de Tirofijo. En cuanto a los medios de comunicación, no hay que olvidar que las FARC y el ELN han sido considerados hasta hace muy poco como guerrillas que luchaban por la “paz” y la “democracia” en Colombia. Sólo después del 11-S, EEUU ha reconocido el carácter terrorista de las FARC y el ELN, y ha sido con ocasión de la reciente cumbre Europea-Iberoamericana cuando Europa ha incluido en la lista de grupos terroristas a estas dos organizaciones. Uribe deberá desplegar una intensa labor de divulgación para acabar de convencer a los líderes internacionales de la verdadera naturaleza de las “guerrillas”.
En cuanto al aspecto militar, el presidente electo cuenta a su favor con la nueva disposición internacional en contra del terrorismo, especialmente de EEUU. La ayuda norteamericana es clave para la derrota de las FARC y el ELN. Recuérdese tan sólo que los helicópteros artillados que EEUU suministra a Colombia, por ahora sólo pueden ser utilizados para combatir a los narcotraficantes y sus cultivos, pero en ningún caso a los terroristas. Uribe deberá aprovechar la buena disposición de Bush para convencerle de que, hoy por hoy, los narcotraficantes y los terroristas comparten alianza, y que Colombia puede prestar una ayuda muy eficaz a EEUU en la lucha contra el narcotráfico. La narcoguerrilla está inundando EEUU, además de con cocaína, con heroína barata y de gran calidad, a mitad de precio que la asiática; y estos son argumentos de peso suficiente para convencer a un Bush ya de por sí predispuesto.
La buena gestión de Uribe en su departamento natal —Antioquia—, la circunstancia de que los terroristas asesinaron a su padre cuando intentaban secuestrarle, así como su juventud y su carácter enérgico, permiten albergar esperanzas de que, por lo menos, durante su mandato la narcoguerrilla no ganará terreno. Quienes esperen soluciones a muy corto no deberían engañarse. La difícil tarea que aguarda a Uribe requerirá buenas dosis de paciencia y, probablemente, retrocesos coyunturales. Pero es el único camino que le queda a Colombia si quiere conservar su libertad.

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