Que no existe democracia en el País Vasco, tal y como la conocen el resto de los españoles, es una realidad que no admite discusión. Las pistolas y las bombas de los etarras y los insultos y las amenazas de los batasunos a quienes se niegan a plegarse a su proyecto totalitario se encargan de demostrarlo a diario. El último ejemplo es Ana Urchueguía, alcaldesa socialista de Lasarte, vejada e insultada en el frontón de su pueblo por los proetarras, quienes le impidieron poco después presidir las fiestas de Lasarte desde el balcón del Ayuntamiento, cuya plaza y balcón ocupaban precisamente quienes intentan anularla en contra de la voluntad de los ciudadanos de Lasarte, quienes desde hace años han venido aprobando la gestión de Urchueguía con su voto.
La beligerante indiferencia del PNV ante la anulación y el asesinato de sus adversarios políticos los constitucionalistas es la principal causa de la impunidad de los batasunos sus aliados y compañeros de viaje. No hay que olvidar muchas veces se hace que el Gobierno vasco tiene transferidas las competencias en materia de seguridad ciudadana. La Ertzaintza, un cuerpo construido y dirigido según las tesis de Arzalluz, tiene las manos atadas por “orden superior” como sus mandos han denunciado reiteradamente para combatir el terrorismo callejero y el acoso a los concejales del PP y del PSE que practican los batasunos.
En estas circunstancias, y ante el desamparo en que el PNV gobernante ha dejado a los constitucionalistas después del Pacto de Lizarra, cobra pleno sentido la propuesta de Javier Arenas de cara a las próximas elecciones municipales. Ni PP ni PSE, por razones evidentes que no requieren explicación, pueden completar (ni en muchos casos siquiera presentar) candidaturas propias para los ayuntamientos vascos. La presentación de listas conjuntas es quizá la última posibilidad de salvar lo que queda de democracia que no es mucho en Vasconia. Los resultados de las últimas elecciones autonómicas del pasado mayo demuestran que si el PP de Mayor Oreja y el PSE de Redondo Terreros hubieran presentado una candidatura conjunta evitando así la dispersión del voto, habrían ganado las elecciones vascas o, al menos, hubieran dificultado extraordinariamente a Ibarretxe la formación de gobierno.
Sin embargo, la situación se ha deteriorado de tal modo desde mayo que, como han señalado Javier Rojo líder del PSE alavés y Carlos Totorika alcalde de Ermua quizá lo más conveniente sería no presentarse a las elecciones municipales, para que quede de manifiesto la persecución política que están padeciendo socialistas y populares.
Ambos puntos de vista son defendibles. Presentar listas conjuntas tiene la ventaja de no ceder el campo político al totalitarismo nacionalista, aunque no resuelve la dramática situación de los concejales del PP y del PSOE y presenta el inconveniente de conferir legitimación democrática y marchamo de “normalidad” de cara a la opinión pública española e internacional a la dictadura del miedo que ejerce Eta-Batasuna con el beneplácito de Arzalluz e Ibarretxe.
Sin embargo, aunque no concurrir a las elecciones tiene, en principio, una lectura en clave de rendición y abandono a la dictadura del miedo, la ventaja de esta opción es poner de manifiesto contundentemente que, para hacer política en el País Vasco sin necesidad de arriesgar la vida heroicamente, es preciso ser nacionalista o, al menos, no oponerse al proyecto totalitario que Arzalluz y Otegi pactaron en Lizarra.
Pero lo que queda meridianamente claro es que, en estas circunstancias, resulta ridículo cuando no deshonesto pedir a los responsables indirectos del exterminio de la democracia en el País Vasco que lideren la regeneración democrática vasca y la lucha contra el totalitarismo batasuno integrando una lista única “democrática”. Las manifestaciones de los líderes peneuvistas, más preocupados por la ilegalización de Batasuna y por la “acción exterior vasca” en los basureros políticos internacionales que por la defensa de los concejales constitucionalistas, dejan bien clara su disposición al respecto.
No es concebible que los Patxi López, los Eguiguren y los Elorza del PSE estén tan ciegos como demuestra su insensata política de “equidistancia” con el nacionalismo. La indiferencia cuando no el desprecio que el PNV muestra para con los muertos y los coaccionados de su propio partido no dejan lugar a la ceguera, a la ignorancia o a la inocencia. Sólo desde la rendición definitiva del PSE ante las tesis nacionalistas impulsada por Cebrián y González y la vocación de ser una especie de oposición orgánica y domesticada que dé legitimidad democrática al nacionalismo a cambio de la tranquilidad, puede entenderse la actitud de los nuevos líderes del PSE. Y en estas circunstancias, la opción de Javier Rojo y Carlos Totorika es quizá la única coherente con la libertad y la democracia. Los héroes pueden arrostrarlo todo... menos las puñaladas por la espalda.

Unidad contra el totalitarismo

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