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Javier Somalo

El PSE tiene la palabra

La tiene aunque no sabe qué hacer con ella. Ha quedado demostrado –con muchos muertos– que hacer política en el País Vasco no tiene que ver con nada conocido. La competencia democrática de siglas desaparece cuando sus representantes mueren asesinados lleven o no escolta. Hacer frente común al nacionalismo (al único) y al terrorismo (fruto del anterior) no es renunciar al pluralismo sino evitar una segura balcanización del País Vasco. Así lo entendía Nicolás Redondo Terreros, pero lo fulminaron desde la trastienda del PSOE en Miguel Yuste 40.

El 13 de mayo de 2001 se demostró que los partidos no nacionalistas son alternativa real al PNV y a su nueva tercera pata que es Madrazo. Dos años después, la posibilidad se esfuma porque el PSOE no quiere aparecer como un siervo del PP. Ese fue el eje del nuevo PSE de Patxi López, fruto de un congreso dramático en el que se borró todo lo que recordara a Redondo Terreros. Demuestran en el PSOE un sorprendente complejo de inferioridad porque el argumento tan esgrimido del seguidismo podría aplicarse también, dándole la vuelta, al PP y, sin embargo, a ningún votante o dirigente popular se le ha ocurrido el disparate. Por eso, Oreja y Redondo se entendían. Pero en Ferraz no soportaron ver la foto de ambos junto a Fernando Savater como una esperanza. Siempre temen que se borrarán sus siglas. Cien años de honradez, de miedo a perder y de soberbia.

La posibilidad de listas conjuntas frente al PNV hace temblar, además de a Arzalluz, a Zapatero. 2003 está a la vuelta de la esquina pero luego llega 2004. Las generales. Y al PSOE le da pánico pensar en un castigo de los electores intransigentes por haber planteado una alternativa común con el PP. Aunque sea de igual a igual. Aunque signifique el principio de la normalidad y la dignidad en Euskadi. Sirve de poco que Javier Rojo inyecte dosis de cruda realidad en Madrid si por encima de él, manda Patxi López, la autopista por la que Ibarretxe y Arzalluz entran en el corazón del PSE. Ahora sólo queda saber qué peaje pagan los nacionalistas. Tal vez, una promesa de poder a quienes ya lo disfrutaron como Ramón Jáuregui y a quienes, como Madrazo y ahora López, lo desean por encima de todo.

Así que, al secretario general de los socialistas vascos se le ocurre que para hacer frente al insoportable clima las listas conjuntas tienen que incluir al PNV. Es decir, ofrecer una alternativa al nacionalismo desde el nacionalismo. Atutxa aplaude. Lejos de ser paradójico o absurdo es una burla a quienes como Ana Urchueguía reciben los golpes (ya no morales sino físicos) de la violencia nacionalista ante la pasividad de la Ertzaintza y los posteriores reproches de quien tendría que velar por su seguridad, el consejero Balza. ¿Comparte la alcaldesa de Lasarte las tesis de su jefe Patxi López? No, pero así lleva caminando el socialismo hace muchos años. Callando las disidencias. Tendrían la palabra si quisieran perder el miedo al fracaso y mitigaran su ansia de poder.

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