Estoy convencido de que, en Francia, muchos hombres (y algunas mujeres) tienen, consciente o inconscientemente, “sueños de harén”, ya me entienden, de palacios y fuentes orientales, y un profundo desprecio por los trabajadores “maketos” africanos, de ahí su defensa de la “gran civilización árabe”, y su adicción a los petrodólares. No estoy diciendo que esto es lo que mueve, no únicamente en todo caso, la “gran política árabe” de Francia, desde De Gaulle. Porque, a causa de la tremenda guerra de Argelia, Francia fue el país europeo más odiado por los países árabes y, en cambio, los gobiernos de centro izquierda, se dice ahora, que conducían esa guerra, seguían siendo amigos de Israel. Lo eran desde 1947.
De Gaulle tardó cuatro años en firmar la paz con Argelia y lo hizo en condiciones desastrosas, pero, pese a todo, no sólo se convierte en el mejor amigo de los árabes –menos que Franco, pero con más peso internacional–, sino que pretende convertirse en el líder del Tercer Mundo. Algo así como un Nasser, un Nehru, un Tito y algunos más, reunidos y superados. Fracaso rotundo, desde luego, salvo en Francia. Aquí, pase lo que pase, que la dictadura siria asesine diplomáticos y a “cascos azules” franceses en Líbano o que Irán organice una oleada de atentados en París, da lo mismo, Francia seguirá siendo la mejor aliada de los países árabes.
Dejando de lado los complejos imperiales de una ex potencia colonial, es concretamente cierto que Francia, en la UE, es el factor esencial de la ayuda al terrorismo palestino. Con el gobierno belga. Yo no sé si el novísimo ministro de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, tiene “sueños de harén” o quiere ser fiel a la política gaullista, traducida por Chirac, y salpicada de algo de Pierre Loti, el caso es que acaba de realizar el primer viaje iniciático de todo nuevo ministro de Asuntos Exteriores, según la definición gala del cargo, por Siria, Líbano, Jordania, etc. Lo que la prensa subraya de esa gira tan novedosa es que el señor Villepin ha dicho que sería necesaria una conferencia internacional, una más, para que por arte de birlibirloque, se solucionaran los conflictos en la región. ¡Cómo si la fórmula no se hubiera intentado antes!.
Toda la prensa comenta, y exalta, una frase que el ministro pronunció en Damasco: “No hay un terrorismo bueno y otro malo”. Pero ¿cómo se entiende este profundo pensamiento filosófico? ¿Todos son buenos o todos son malos? O ¿no hay que confundir resistencia y terrorismo? Mis interrogaciones se justifican plenamente al ver cómo la prensa francesa duda al calificar el acto del egipcio residente en USA que el 4 de julio, día de su cumpleaños y de la fiesta Nacional yanqui, fue al aeropuerto de Los Angeles con dos pistolas y un puñal y se puso a disparar contra los empleados de la compañía israelí El Al. Había matado ya a dos personas y herido a varias, cuando un agente de seguridad interrumpió favorablemente la masacre y mató al señor Hadayet, que así se llamaba. Este señor tenía en la puerta de su casa una pegatina: ”¡Leed el Corán!” –estandarte de los integristas musulmanes–, que retiró el pasado 11 de Septiembre, y volvió a poner este 4 de julio. La duda, pues, de la prensa gala, española e internacional, es saber si un acto como este puede ser calificado como terrorismo. Pues, muy señores míos, califiquenlo de crimen racista y ¡basta ya!

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