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Diana Molineaux

Cada día más difícil

El Pentágono ha decidido que la guerra afgana ha entrado en “una nueva fase” y la noticia no es simplemente una coincidencia con el asesinato del vicepresidente afgano Haji Abdul Kadir, sino una confirmación de las enormes dificultades que presenta Afganistán.

Es la hora, dicen los funcionarios norteamericanos, de volver a la etapa de operaciones especiales, con pequeños equipos que, en colaboración con la CIA y unidades de otros países, tratarán de avanzar en el proceso de estabilización política del país, complicado todavía más con el asesinato del político. Es un atentado que encaja en la enmarañada situación de un país que, con la eliminación de los talibanes, cambió de situación política, pero no de mentalidad ni de procedimientos, que siguen siendo los de siempre. El poder no lo dan las urnas, sino las armas y adhesiones personales a la usanza medieval.

En un mundo en el que resultaba alarmante un personaje ambicioso, intrigante y con el respaldo de una importante provincia pachtuna, como era Kadir, incómodo además para muchos protagonistas de primera fila de la política afgana, como por ejemplo Datsún, el señor de la guerra del Oeste de Afganistán, que ha jugado un papel decisivo en los conflictos afganos desde la guerrilla contra las tropas soviéticas.

Lo malo es que, para Afganistán, la situación no ha cambiado con el asesinato de Kadir y sigue siendo un avispero en el que aun no tiene nadie el poder, pero lo quieren todos y al precio que sea. Para Estados Unidos, la guerra ha entrado en una fase oscura y de difícil comprensión de que, de perderse, amenaza toda su estrategia antiterrorista y, de rebote, sus relaciones con el mundo islámico.

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