La reforma del subsidio de desempleo, las consecuencias de la huelga general del 20-J y los resultados de la presidencia española de la Unión Europea ofrecían escasos márgenes de maniobra a la oposición, cuyos argumentos de cara a estas cuestiones son puramente retóricos. Tratar de convertir el fracaso de la huelga general en un éxito y seguir insistiendo en que la culpa del fracaso del “diálogo social” se debe a la prepotencia del Gobierno ha sido, para el PSOE, una estrategia contraproducente, como muestra la encuesta que publica hoy el diario El Mundo sobre intención de voto, donde el PSOE ha descendido sensiblemente en intención de voto después del 20-J.
En cuanto a la presidencia española de la UE, aunque no pueda decirse que haya sido un rotundo éxito, es imposible calificarla de fracaso: el Gobierno ha conseguido convertir en preocupaciones prioritarias de nuestros socios europeos nuestros problemas más acuciantes, como son el terrorismo y la inmigración ilegal, y ha conseguido sesgar los criterios de política económica hacia rumbos más liberalizadores, aun a pesar de la oposición francesa que, con el nuevo gobierno de Chirac, empieza a replantearse la apertura al mercado de su sector eléctrico.
Por otra parte, la remodelación del Gobierno ha cogido a Zapatero por sorpresa, privándole de sus blancos preferidos (Cabanillas, Piqué, Villalobos y Birulés), de quienes esperaba hacer leña para calentar un debate que, por lo demás, se perfilaba como de escasa trascendencia y lucimiento para las ya de por sí limitadas capacidades oratorias del jefe de la oposición. Y, además, en lo referente al órdago de Ibarretxe y a la insolencia marroquí, Zapatero tiene un margen de maniobra muy escaso. No puede permitirse el lujo de criticar, siquiera en cuestiones de detalle, la política del Gobierno en torno a estos dos asuntos sin arriesgarse a perder el respaldo de la opinión pública, especialmente en el caso marroquí. Su reciente visita al autócrata magrebí y las excelentes relaciones que González mantiene con Yusufi saldrían inmediatamente a relucir desde las bancadas del Gobierno.
Abandonada la política de oposición leal y constructiva, y cerradas por demérito propio o por sentido de Estado –esperemos– las cuestiones de política nacional e internacional que más preocupan a día de hoy a la opinión pública, a Zapatero ya sólo le queda la incursión en el populismo de izquierdas, disputando de paso a IU parte de su electorado: matrimonio homosexual, feminismo radical y trasnochado con ribetes de criminalidad (despenalización del aborto, a elección exclusiva de la mujer) y un plan público de vivienda para los jóvenes –aparte de la insistencia retórica en la prepotencia y en la supuestamente escasa disposición del Gobierno al diálogo– serán los ejes de su discurso.
Con toda probabilidad, los momentos estelares del Debate serán las intervenciones y las réplicas de los nacionalistas vascos y de IU en torno al órdago de Ibarretxe. El presidente del Gobierno tendrá ocasión de avanzar a la nación cuáles serán las medidas que piensa tomar si los nacionalistas vascos –con el apoyo de CiU, que ha hecho también moneda de cambio de la lealtad institucional– persisten en su actitud sediciosa. El desafío del tripartito y la osadía marroquí requieren la misma clase de respuesta. De las palabras de José María Aznar y de las de sus ministros podremos deducir si el Gobierno está dispuesto a asumirlas con todas las consecuencias.

Un Debate que iba a ser anodino

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