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EDITORIAL

Tímida recuperación

La crisis de el Perejil ha puesto de manifiesto el agudo contraste que existe entre, por un lado, la posición de la práctica totalidad de la clase política, la prensa y los medios de comunicación, y por otro, la opinión de la gran mayoría de los ciudadanos en torno a asuntos de política internacional que tienen una traducción directa en materia de política nacional.

Libertad Digital ha sido casi la única excepción entre los diarios españoles que, desde el principio de la crisis, ha defendido la obvia necesidad de responder con rapidez y contundencia a la agresión marroquí. No sólo porque estuviera en juego un peñasco de poco más de tres hectáreas, sino porque, por una parte, nos jugábamos el rango y la respetabilidad de España en el concierto internacional; y por otra, el vigor de la unidad nacional frente a las pretensiones disolventes de los nacionalismos periféricos. Cualquier hecho o circunstancia que implique el afloramiento del patriotismo español –denigrado y aletargado por imperativo de lo “políticamente correcto” durante veinticinco años, para que Arzalluz y Pujol se “sintieran cómodos”– no puede menos que poner nerviosos a los líderes nacionalistas, particularmente a los vascos, quienes saben perfectamente que sus aspiraciones secesionistas pasan por la aniquilación o la neutralización de la idea de España, cuya bandera y soldados ha podido ver medio mundo a través de las portadas de los periódicos y de los informativos. Las palabras de Ibarretxe, mostrando una indiferencia ante la recuperación del islote que estaba lejos de sentir, abonan la tesis de que la salud de España es el peor veneno para los nacionalistas. Aunque con retraso, se ha hecho lo que se debía hacer. Parece obligado, pues, felicitar desde aquí al Gobierno por su decisión y a las Fuerzas Armadas por su brillante e impecable actuación.

Es hasta cierto punto comprensible que el Gobierno haya preferido esperar para asegurarse el apoyo de la práctica totalidad de las fuerzas políticas parlamentarias en el marco del Debate sobre el Estado de la Nación, así como el de sus socios europeos y el de EEUU, expresado a través de la OTAN. Sin embargo, es preocupante –y una muestra clara de que la necia identificación de patriotismo con franquismo, impulsada por los nacionalistas y por los socialistas, ha calado hondo en el subconsciente de nuestros intelectuales, de nuestros medios de comunicación y de nuestra clase política– que para que España pueda ejercer el derecho a la defensa, el más básico que asiste a una nación, tenga que contar con la aprobación expresa de todo el mundo occidental. Igualmente inquietante es el hecho de que los sectores más ilustrados de nuestra sociedad hayan descartado casi por principio la posibilidad de una intervención militar. El propio Gobierno, y especialmente la nueva ministra de Exteriores, Ana de Palacio, han dado a entender hasta el último momento que existía una posibilidad nada desdeñable de que el autócrata magrebí pudiera sacar partido a su agresión. Por fortuna, la indignación ciudadana –que las encuestas del CIS han mostrado con toda claridad– ante la constante política de claudicación para con el vecino del sur ha sido el factor decisivo que ha inclinado al Gobierno a la acción.

Es indudable que la recuperación de la Isla del Perejil ha de tener consecuencias muy importantes para la política interna, tanto de Marruecos como de España. Mohamed VI pretendía consolidar su autoritario y corrupto régimen, asediado por el estancamiento económico y la creciente influencia de los fundamentalistas islámicos, recurriendo a la misma fórmula que su padre: una explosión de patrioterismo aprovechando la supuesta debilidad del vecino, el clásico recurso de los tiranos en apuros. La jugada le ha salido mal. Ha ofendido a su principal bienhechor (España), ha perdido el apoyo incondicional de EEUU –que considera a España un aliado mucho más fiable e importante que a Marruecos una vez acabada la Guerra Fría– y ahora se encuentra rodeado de enemigos, tanto internos (demócratas y fundamentalistas) como externos (Argelia, Túnez, Mauritania y el Polisario). En estas condiciones, no es descartable que Francia y EEUU, los principales valedores de Marruecos en el asunto del Sahara, reconsideren su apoyo casi incondicional a la anexión de la ex colonia española. En cuanto a España, además de haber recuperado su respetabilidad internacional, se ha fortalecido frente a las tendencias disgregadoras de los nacionalismos, especialmente del vasco.

Se dice que, con frecuencia, la salud se recibe de los enemigos. El acoso combinado del nacionalismo marroquí y del nacionalismo vasco (la Marcha Verde coincidió con la explosión de los nacionalismos periféricos) ha obligado a España a salir de su letargo y luchar por su dignidad y supervivencia. Tras más de veinticinco años de negación de su propia esencia, nuestro país, ha empezado a recuperarse tímidamente de su intento de suicidio . Sólo queda esperar que la inercia acumulada durante tantos años no reste impulso a esta recuperación y que el Gobierno persevere, sin complejos irracionales, en la senda de la firmeza. Para ello, no le han de faltar ni la legitimidad ni el apoyo de los ciudadanos.

En España

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