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EDITORIAL

¿A qué espera el Gobierno?

La prudencia aconseja no responder inmediatamente a las provocaciones con gestos excesivamente contundentes o con acciones violentas. Para evitar conflictos innecesarios, siempre es conveniente dar al provocador la oportunidad de rectificar y pedir disculpas, pues cabe la posibilidad de que éste recapacite y advierta que es mucho más ventajoso para sus intereses mantener relaciones en términos pacíficos y de mutuo respeto.

Sin embargo, cuando las respetuosas invitaciones a reconducir las relaciones hacia terrenos pacíficos reciben como respuesta nuevas provocaciones, descortesías y amenazas, la prudencia aconseja precisamente lo contrario: advertir a la otra parte de que cualquier nueva provocación o descortesía será respondida con toda firmeza, energía y contundencia, si es que no se quiere que el provocador pase de las palabras a los “hechos consumados”.

La brillante operación militar sobre Perejil no tuvo, por desgracia, las consecuencias diplomáticas que, en condiciones normales, se tendrían que haber derivado para una nación que repele victoriosamente y con toda justeza una agresión contra su territorio. Antes al contrario. La debilidad diplomática de nuestro Gobierno –que se apresuró a pedir la absolución del “Tío Sam” por haber ejercido la autodefensa sin su permiso– y, particularmente, la obsesión de nuestra ministra de Exteriores por llegar a un arreglo pacífico con Mohamed VI –que ni lo persigue ni lo desea, pues le interesa, de cara a sus problemas de política interna y sus ambiciones para con el Sahara, mantener una situación de tensión con España– han animado al vecino del sur a continuar con sus provocaciones.

En el tercer aniversario de su reinado, Mohamed VI, en una alocución televisada para todo Marruecos, ha reclamado la “descolonización” de los “territorios ocupados” de Ceuta, Melilla y las islas y peñones de soberanía española, apelando a la solidaridad de los países árabes y comparando a los niños que arrojan piedras contra el islote de Perejil con la “nueva Intifada”, en solidaridad con la causa palestina. Lejos de enmarcarse en la letanía habitual a que nos tenía acostumbrados Hassan II en cuanto a Ceuta y Melilla, estas declaraciones de Mohamed VI –que fueron precedidas en días pasados de una “mini marcha verde”–, además de constituir una ruptura del famoso statu quo ante que bendijo Powell de cara a la galería, son casi el paso previo hacia una nueva agresión. O, cuando menos, una operación de propaganda destinada a poner en tela de juicio la indiscutible españolidad de ambas ciudades y situarse de cara a la opinión pública internacional como víctima de la opresión de una potencia imperialista.

La nota de la Oficina de Información Diplomática, aun siendo correcta, es insuficiente, pues enmarca la soflama marroquí dentro de la tónica habitual. Es urgente que el Gobierno, especialmente José María Aznar y Ana Palacio, elaboren una respuesta oficial al discurso de Mohamed VI que rechace categóricamente y en términos contundentes las pretensiones del autócrata magrebí, abandonando –siquiera momentáneamente– los modos suaves y corteses, los halagos y las constantes invitaciones al diálogo –sistemáticamente rechazadas– para tomarse en serio algo que ya ha sobrepasado con creces la frontera de las bravatas. Tampoco estaría de más que el presidente del Gobierno –o, incluso, algún miembro de la familia real– interrumpiera sus proyectadas vacaciones para visitar oficialmente Ceuta y Melilla y proporcionar respaldo, tranquilidad y apoyo moral a nuestros conciudadanos de allende el Estrecho.

Y, asimismo, también sería conveniente que nuestra diplomacia hiciera un esfuerzo por explicar al resto del mundo que un régimen autocrático con falta de libertades –digan lo que digan Zapatero y nuestra ministra–, con graves problemas económicos e ínfulas imperialistas como el de Marruecos no merece ser favorecido –por grandes que sean los intereses económicos de EEUU, Francia y el Reino Unido– con la anexión de nuestra ex colonia sahariana.

La futura tranquilidad de Ceutíes, Melillenses y Canarios y la dignidad de nuestra patria lo aconsejan. El desaliento de los afanes separatistas de los nacionalistas vascos y catalanes, también.

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