Del mismo modo que los bombardeos nazis sobre Londres en la II Guerra Mundial no sólo no doblegaron la voluntad de los británicos de combatir sino que la reafirmaron, los atentados de ETA, en lugar de que minar el consenso y la firmeza de los dos grandes partidos de la democracia española en la lucha contra el terrorismo, no hacen sino fortalecerlos. La explosión de una nueva bomba etarra en una hamburguesería de Torrevieja y la existencia de otro artefacto explosivo oculto bajo las arenas de la playa de Santa Pola –que las fuerzas de seguridad del estado, al cierre de esta edición, aún no habían descubierto– no han conseguido otra cosa más que reafirmar el apoyo incondicional del PSOE –expresado por Zapatero en La Coruña– al Gobierno para ilegalizar Batasuna.
Desde el propio punto de vista del conglomerado etarra, la huida hacia delante intensificando el recurso al terror es contraproducente. En primer lugar, porque aporta nuevas pruebas y razones a PP y PSOE para avanzar en el proceso de ilegalización de Batasuna. En segundo lugar, porque pone en la cuerda floja a sus compañeros de viaje del PNV –sobre todo, después del órdago conjunto al estado de derecho–, cuyos malabarismos verbales destinados a apuntalar a Otegi sin estropearse el barniz “moderado” y “democrático” –de cara, sobre todo, a convencer a sus antiguos del PSE-PSOE– están destinados al más completo fracaso. Y en tercer lugar, como se ha podido comprobar estos últimos días, porque los ciudadanos y la clase política han empezado a desprenderse del miedo y de la resignación para plantar cara ante la mezcla de victimismo, coacción y violencia con que el conglomerado nacionalista ha querido doblegar a los españoles. Si el jueves el presidente navarro anunciaba sanciones contra los ayuntamientos de la Comunidad Foral que enarbolaran la ikurriña, el viernes, el consejero de Presidencia de la Comunidad de Cantabria denunciaba el “imperialismo” del Gobierno vasco, que en sus mapas turísticos incluye localidades cántabras como Castro Urdiales y Santoña.
Y, evidentemente, aun desde el propio punto de vista del PNV, el pacto de Estella y el chantaje institucional al alimón con Batasuna han sido un pésimo negocio para su objetivo final: la secesión. El error del PNV ha sido creer que, tras veinticinco años de coacciones, extorsiones y asesinatos de ETA-Batasuna, la voluntad de los españoles ya estaba prácticamente quebrada y sólo había que dar el último empujón para derribar el, a sus ojos, carcomido edificio constitucional. Pero, lo que realmente han conseguido es que dos posibilidades que hace escasos años no se contemplaban ni remotamente –la ilegalización de Batasuna y la suspensión del Estatuto de Autonomía–, hoy se contemplen con toda normalidad y sin ningún complejo.
Es, quizá, la amenaza de hundimiento de sus colegas vascos lo que ha puesto en estado de indecisión aguda a los nacionalistas catalanes a la hora de dar su apoyo en el Congreso a la ilegalización de Batasuna. Si el “frente vasco” se cierra, su capacidad de arrancar al Gobierno nuevas prebendas, competencias e inversiones para Cataluña se vería extraordinariamente limitada... Sin embargo, los dirigentes catalanes deberían tener en cuenta que la gran mayoría de los votantes de CiU no desea recoger las nueces manchadas de sangre que les puedan sobrar a los nacionalistas vascos.

El nacionalismo vasco cava su propia fosa

En España
0
comentarios
Servicios
- Radarbot
- Curso
- Inversión
- Securitas
- Buena Vida
- Reloj Durcal