La izquierda francesa es increíble. Habiéndose, en su inmensa mayoría, volcado a favor de las organizaciones palestinas y de su terrorismo, que según estos sociatas “es el único arma de los pobres”, y habiendo justificado su “desesperación” frente a la “criminal política israelí”, que explicaría su antisemitismo, de pronto se emocionan, se escandalizan, se vuelven plañideras ante una sola víctima de ese terrorismo: David Gritz, y eso porque era francés a medias y murió en la explosión de un hombre-bomba en la cafetería (que se llama ¡Frank Sinatra!) de la Universidad hebraica de Jerusalén.
David Gritz nació en Francia, hijo de un judío norteamericano y de una croata, estudiaba Filosofía (preparaba una tesis sobre Emanuel Levinas, el gran filósofo judío) y Ciencias Políticas y pidió una beca de estudios para aquella Universidad de Jerusalén y estaba encantado dela vida por haberla obtenido. En el amplio reportaje que Le Monde dedica a este asesinato, dos cosas me dan asco. La primera es su insistencia en declarar que Gritz no era israelí, ni realmente sionista, ni totalmente judío ya que su madre era... ¡católica!, por lo tanto, era inocente. No como los niños, mujeres, hombres... y hasta los otros estudiantes muertos en esa misma cafetería; siendo todos israelíes, eran todos culpables y su muerte no tiene el mismo significado que la de David. La segunda cosa que me da asco es que en cada línea de esa artículo se insiste para convencernos de que también hay víctimas palestinas inocentes. Una de cal y tres de arena.
Un par de días después de leer esto, el 10 de agosto, Etienne Balibar, el discípulo predilecto del asesino ilustrado Althusser, vuelve sobre este crimen. Se entiende su emoción, porque debía conocerle, “uno de nuestros estudiantes”, escribe. Pero luego desarrolla con la lengua de palo habitual del “marxismo revolucionario” sus tesis sobre la necesaria solidaridad con la justa causa palestina, en donde, de pronto, surge una chispa de humanidad en medio de esa bazofia: vuestra causa es justa, viene a decir a los palestinos, pero vuestros métodos son monstruosos. ¿Vapor calenturiento, centella, mas ya pasó... o comienzo de una toma de conciencia?
No estoy seguro de que logre convencer de la monstruosidad de ese terrorismo contra civiles a los “miles de palestinos que salieron a bailar por las calles de Gaza tras el anuncia del atentado” (Le Monde). Igual que el 11 de septiembre. Igual que siempre.
Lionel Jospin, que está organizando un “maquis” en Córcega, ha declarado a los periodistas que “no iba a permanecer mudo siempre” Esa amenaza implícita ha sacudido las salas de redacción: ¿Qué va a decir? ¿Cuáles son sus proyectos de venganza? Os aseguro que no va a decir nada, va a tartamudear como siempre. “Mi programa no es socialista, el socialismo no es programático. El Estado no puede ocuparse de todo, todo depende del Estado. No fui yo quien dijo eso, no soy yo, yo es otro”. O algo así. Aunque se vista de seda la mona, mona se queda.
Ah! ¿Y el tiempo? ¿El tiempo convertido en mercancía políticamente rentable, el tiempo que enloquece porque Bush no ha firmado los acuerdos de Kioto? Pues bien, gracias. Hace sol en París desde hace dos días. Tengo mi gabardina lista. De paraguas, nada. Odio los paraguas.

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