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Víctor Cheretski

El ultimo crimen del “padre” Stalin

Hace 50 años, el 12 de agosto de 1952, en el sótano de la “Lubianka” –la tristemente célebre sede de los servicios de seguridad bolcheviques– fueron fusilados 13 miembros del llamado Comité antifascista judío. Entre ellos figuraban destacados intelectuales como el poeta Isaak Fefer o el director de teatro, Veniamin Zuskin, el historiador Iosif Yuzefovich o el director del hospital “Botkin” de Moscú, Iosif Shimeliovich. Fueron acusados de “nacionalismo” y “espionaje” a favor de Estados Unidos. El proceso, por supuesto, se celebró a puerta cerrada y sus materiales nunca han sido publicados.

El Comité fue creado en 1942, en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, para recaudar fondos a favor del Ejército Rojo entre los judíos residentes en diferentes países del mundo, especialmente en Estados Unidos. Fue patrocinado por el propio Viacheslav Mólotov, ministro del Exterior y uno de los colaboradores más próximos del “padre”. La esposa de Molotov, Polina Zhemchuzhina, mantenía contactos amistosos con Golda Meir, embajadora, a finales de los años 40, del joven estado de Israel en Moscú.

Es curioso, pero la organización judía fue apoyada también por el principal verdugo de Stalin, jefe de sus servicios secretos, Lavrenti Beria. Este último, también de origen judío, apoyó después de terminar la guerra la creación de una república judía en la península de Crimea. La idea pertenecía al Comité y su propósito fue crear una alternativa soviética al Estado de Israel. Luego todos los miembros de este organismo todos eran muy fieles al régimen y estaban muy lejos de cualquier “nacionalismo” o “espionaje” a favor del “enemigo americano”.

No obstante, un día el “padre”, en su eterna política de cambiar a los favoritos para que no obtuvieran más poderes de los que les correspondía, decidió distanciarse de Mólotov y de Beria. Stalin tenía un sistema muy sofisticado para hundir a sus colaboradores con el propósito de verificar su lealtad. Así, metió en la cárcel a la mujer de Mólotov. Al mismo tiempo, empezó a detener a quienes actuaban bajo el control de los ex-favoritos para mantener a estos últimos en miedo permanente. De este modo cayeron los miembros del Comité antifascista judío. Su principal perseguidor fue el nuevo ministro de Seguridad Estatal, Víktor Abakumov. A finales de los 40 detuvo a todos los miembros del Comité, y también a un gran número de intelectuales judíos que no tenían ninguna relación con este organismo. Todos fueron proclamados “enemigos del pueblo”, “espías” y “nacionalistas”.

Pero, esta vez, la máquina de la represión no funcionó con la celeridad acostumbrada en aquella época. Al parecer, Beria, el “genio” de la represión y de todo tipo de complot, que conservaba todavía bastante poderes, no veía bien la campaña puramente antisemita del “padre”. Consiguió la detención y el fusilamiento de Abakumov. Mientras tanto, los judíos seguían en la cárcel sin juicio ni condena. No obstante, su destino fue decidido. Y es que el estado marxista-leninista tenía otra vez “hambre”, necesitaba sangre fresca.

Por supuesto, esas 13 personas fueron muy pocas para saciar esta sed. Por eso, Stalin preparaba otra campaña de represión: ordenó detener a decenas de médicos de origen judío acusándoles de envenenar a los pacientes para acabar con la nación rusa. La muerte del “padre”, en marzo de 1953 le impidió fusular a los detenidos. Beria soltó a los médicos.

Algunos analistas dicen que Stalin fue un antisemita. No compartimos esta opinión. Y es que el líder más sangriento del comunismo mundial fue “anti-todos”. Lo fue, simplemente, porque le obligaba a ello la misma ideología y la lógica del bolchevismo. Empezó por fusilar a sus propios paisanos georgianos a principios de los años 30, luego aniquiló a millones de rusos y terminó asesinando también a los judíos.

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