Uno de los grandes enigmas del “cuaderno azul” de Aznar es, sin duda, la presencia ininterrumpida de Josep Piqué en el Gobierno desde la llegada al poder del PP, en 1996. Aznar tuvo que iniciar su andadura en La Moncloa pagando el peaje impuesto por Pujol: la cabeza política de Vidal Quadras –el líder del PP catalán que había conseguido poner en serio peligro el reinado del honorable– y un Gobierno receptivo, o al menos no hostil, a la “sensibilidad” nacionalista. La entrada de Piqué en el Gobierno como independiente –fue director general de Industria de la Generalitat entre 1986 y 1988– se entendió entonces como el “guiño” con el que el PP quiso atraerse la buena voluntad y el necesario apoyo de los nacionalistas catalanes.
Pero, lejos de ser un convidado de piedra, Piqué ha sabido ganarse la confianza de Aznar: hoy pertenece a la Ejecutiva del PP y al selecto grupo de ministros que ha permanecido en el Gobierno desde el primer gabinete tras las elecciones de 1996. Su buena gestión al frente del ministerio de Industria, cuando tuvieron lugar las grandes privatizaciones de empresas públicas o semipúblicas (Telefónica, Repsol, Endesa, Aceralia e Iberia) fue premiada con la portavocía del Gobierno, en sustitución de Miguel Ángel Rodríguez, amigo y colaborador de Aznar desde Valladolid, que se quemó en la “guerra digital” y cayó en desgracia ante los nacionalistas por no demostrar suficiente sutileza y “sensibilidad”.
De un ministerio “técnico”, como el de Industria, pasó a otro político y de gran responsabilidad después de la mayoría absoluta del PP en 2000: el de Exteriores, donde su desempeño –véanse los casos del “submarino amarillo”, de Marruecos, de Gibraltar, así como su talante comprensivo para con el terrorismo palestino, del que hizo gala durante el semestre de presidencia española de la UE– no fue tan brillante como en Industria, por lo que fue sustituido por Ana de Palacio –otro gran enigma– quien, aunque era difícil, ha conseguido hacer que se añore a su antecesor.
Aun a pesar de ello, y ya sin hipotecas políticas que le obligaran a mantenerlo, Aznar, aggiornado, lo designó Ministro de Ciencia y Tecnología –en sustitución de su protegida, Anna Birulés, de infausto recuerdo– y candidato del PP a la Generalitat, convirtiéndolo un peso pesado dentro del PP. Tanto es así que Piqué se permite el lujo de suplantar al actual portavoz del Gobierno en un asunto muy alejado de sus competencias técnicas y de su candidatura: reconvenir a Jon Juaristi, presidente del Instituto Cervantes, por atreverse a expresar lo evidente: que la ikurriña, sin el acompañamiento de la enseña nacional, no es más que un símbolo nacionalista y etarra, y que un movimiento contra el terrorismo en el País Vasco sólo puede ser contra el nacionalismo. El ramalazo nacionalista de Piqué ha aflorado a la superficie, antes incluso de que se pronuncien los propios nacionalistas vascos y al mismo tiempo que los nacionalistas catalanes exigen que se abran diligencias penales contra Juaristi.
Desde la Transición, la corrección política nacionalista ha impuesto un exquisito respeto hacia los símbolos nacionalistas simultaneado con un indisimulado desprecio por los que identifican a todos los españoles. Piqué, el personaje más políticamente correcto del gabinete de Aznar (si se excluye a Ana de Palacio), no podía dejar de cumplir con las exigencias del guión ni dejar de aprovechar su presencia en el Gobierno para promocionar su candidatura a la Generalitat, puesto que cree --y ha hecho creer a Aznar-- que, para heredar las ruinas de lo que construyó Vidal Quadras, es preciso mostrar el flanco nacionalista. Pero el votante del PP catalán no es nacionalista, pues ese espacio político ya lo cubre CiU. Con esa actitud, lo máximo que conseguirá Piqué en Cataluña es servir de muleta a CiU para completar mayorías, pero no constituir una alternativa de Gobierno... Aunque también es posible que, vistos sus adversarios políticos en Cataluña (Mas y Maragall), obtenga una riada de “votos útiles” que huyan de la perpetuación del cacicato o de la catástrofe “asimétrica”. Pero, en cualquier caso, no se deberán a su pose nacionalista.

A Piqué se le ve el plumero

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