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El partido marroquí

Una de las causas por las que el Gobierno está demostrando en la crisis con Marruecos más pusilanimidad, delicadeza y tolerancia de las que la seguridad y la dignidad nacional aconsejan es probablemente el poderoso e influyente partido marroquí en España, encabezado por el grupo Prisa –donde son asíduos Benaísa y ATIME– y por Luis María Anson, el presidente de La Razón. Los motivos de los primeros para traicionar a su patria y a su Gobierno son de sobra conocidos: cualquier cosa que pudiera perjudicar a la idea o los intereses de España como nación (sobre todo si lleva aparejado algún beneficio financiero o político), ha encontrado siempre apoyo y críticas favorables en los medios de Prisa, que fueron los encargados de administrar la bula de “progresismo” a los nacionalismos racistas y retrógrados que pululan por nuestro país. En cuanto a Anson, a su simpatía visceral por todo lo árabe, se une un no menos visceral y acrítico apego a la institución monárquica, plenamente defendible cuando ésta se halla inserta en un auténtico régimen parlamentario, pero insostenible cuando, como en el caso de Marruecos, la monarquía ha representado –y aún representa, pese al maquillaje de las elecciones– la autocracia, el despotismo y la falta de libertades, incluida, por supuesto, la de expresión, que concierne directamente al presidente de La Razón.

No es necesario recordar que la principal causa de la crisis con Marruecos es la negativa de España a ser humillada por segunda vez en torno a la cuestión del Sahara. Por otro lado, es evidente que la deglución definitiva del Sahara por parte de Marruecos le permitiría a Mohamed VI disponer de los enormes recursos financieros que produciría las explotación de las bolsas de petróleo del subsuelo sahariano –adjudicadas ilegalmente a EEUU y Francia–, lo que no haría sino aumentar su apetito por Ceuta, Melilla y Canarias y su deseo de “arreglar cuentas” con Argelia. En definitiva, la anexión del Sahara convertiría a Marruecos en un tremendo factor de inestabilidad en el Magreb, y su petróleo no haría sino espolear la codicia y la corrupción de los cortesanos del régimen, factores de los que se alimenta el creciente integrismo islámico dentro del país vecino, pues es ilusorio pensar que el pueblo marroquí vaya a participar del maná del petróleo, sobre todo si se tienen en cuenta los ejemplos de Irak, Irán, Libia, Venezuela y las petromonarquías del Golfo.

Todo esto parece importarles poco a Francia –que en el colmo de la desfachatez se ofrece como mediadora en el conflicto hispano-marroquí– y EEUU, más pendientes de que la comunidad internacional valide los contratos ilegales de exploración y explotación petrolífera concedidos por Marruecos que de velar por la seguridad futura en la zona o de mostrar apoyo a España (su aliado en la OTAN), que lo único que pide es que se celebre el referéndum aprobado por las Naciones Unidas y se siga el procedimiento habitual que tuvo lugar en la descolonización de África.

Pero, al fin y al cabo, EEUU y Francia –aunque mezquinamente– defienden sus intereses y carecen de fronteras con el reino alauí, por lo que no cabe esperar grandes apoyos –más bien “mediaciones” interesadas– de estos países hacia la política española si nuestro Gobierno, en lugar de someterse a los dictados de Polanco y concederle el monopolio mediático o de dejarse aconsejar por el ansonismo –que está sustituyendo aceleradamente al pedrojotismo en el periodismo de cabecera de la Moncloa– no muestra más firmeza y resolución ante las calumnias y amenazas del sultán marroquí.

Por mucho que digan los amigos de Mohamed VI –tanto los de buena como los de mala fe– que hay que ser paciente con sus bravuconadas –nacidas de la “especificidad cultural” marroquí– en aras del supuesto camino a la democracia emprendido por el país vecino, es muy poco frecuente que un bravucón o un agresor se aplaque con los gestos conciliadores de su víctima. Antes al contrario, excitan su osadía y su agresividad. Además, hay que tener en cuenta que los mismos que exigen comprensión para con la autocracia feudal marroquí que mantiene a su pueblo en la miseria, no tuvieron la más mínima tolerancia o comprensión para con nuestro periodo dictatorial que –con todas sus sombras, que son muchísimas– nos hizo ingresar en el primer mundo y posibilitó una transición pacífica hacia un auténtico régimen democrático.

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