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Sacar la bandera del armario

La idea de José María Aznar de “honrar a la bandera de todos los españoles en la capital del Reino por medio de un mástil que pudiera enarbolarla a la máxima altura posible” tomó forma el pasado miércoles en la Plaza del Descubrimiento de Madrid. El homenaje a la bandera, auspiciado por el Ayuntamiento de la capital, tendrá lugar el último miércoles de cada mes en esta céntrica y espaciosa plaza de Madrid. Y como dijo José María Álvarez del Manzano en ocasión del acto inaugural de esta nueva tradición, se trata de un homenaje que “viene bien en estos momentos” para resaltar “lo que significa la integridad de España representada en esta bandera”.

La bandera de una España que ya ha cumplido 25 años de régimen democrático y que hoy representa la unidad de los españoles en torno a más de 500 años de historia y cultura común que han culminado en un régimen de libertades en el seno de un país próspero. Sin embargo, la exhibición del símbolo de la nación que descubrió y colonizó América irrita a los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos –quienes, ante la grandeza de lo que representa, temen que sus obsesiones aldeanas queden eclipsadas– y desazona a la izquierda que, neciamente, todavía la sigue identificando con la dictadura del general Franco, como si una bandera que ya tiene más de doscientos años pudiera identificarse con un periodo tan breve de nuestra historia.

La decisión del Gobierno de “sacar del armario” la bandera de España sin ningún tipo de complejos, además de promover la expresión de un sano patriotismo, ha tenido la virtud de sacar a la luz el irracional e inextinguible odio –en modo alguno atemperado después de 25 años de democracia– de los nacionalistas hacia la idea y el legado de España, los principales obstáculos que se oponen en su camino hacia la homogeneidad tribal que pretenden imponer en los territorios donde gobiernan. Por muchas vueltas que se le dé y por muchos matices que se introduzcan, el ser de los nacionalistas es el no ser de España. Y si bien se mira, son coherentes con sus planteamientos, ya que durante veinticinco años han intentado (y, en buena medida, conseguido) presentar el sano orgullo de sentirse español como un pecado de lesa progresía e identificarlo con posiciones próximas al fascismo.

Sin embargo, lo que no tiene explicación coherente es que el PSOE, con E de español, se preste al trasnochado juego de presentar el patriotismo español como el peor de los pecados o la mayor de las provocaciones, y a los nacionalismos excluyentes como víctimas a las que hay que tributar constantemente muestras de exquisita “sensibilidad” y respeto a fondo perdido, sin que exista la menor reciprocidad. Una muestra de lo hondo que han calado el victimismo y las infamias de los nacionalistas son las declaraciones de Jesús Caldera, quien se encargó de recordar extemporáneamente que en España existe “una serie de culturas con entidad propia que merecen el mismo respeto” y que el homenaje a la bandera puede “herir sensibilidades”, como si exhibir la bandera nacional que la Constitución reconoce como el símbolo común a todos los españoles fuera objetivamente un ultraje.

Hora es ya de que, en el PSOE, empiecen a enterarse de que el progreso no está en la orilla nacionalista, sino en la constitucional, y de que los nacionalistas aprovecharán cualquier ocasión de sentirse “víctimas”. Por mucho que se les conceda y se les mime, jamás se contentarán plenamente hasta que España esté desmembrada.

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