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EDITORIAL

El 11-S fue sólo el principio

Como es ya habitual desde el fin de la II Guerra Mundial, los norteamericanos han acertado plenamente en sus análisis acerca de la seguridad mundial. Cuando tras la caída de los talibanes y la destrucción de los campos de entrenamiento de Al Qaeda en Afganistán, Bush vaticinó que la guerra contra el terrorismo sería aún larga y difícil, era plenamente consciente de que la tragedia de las Torres Gemelas no era más que el comienzo de una ofensiva mundial del terrorismo islámico contra Occidente.

Y como también es habitual desde la posguerra, la mayoría de los gobiernos europeos (con la excepción del Reino Unido) se complacen en atribuir al presidente estadounidense ínfulas imperialistas y los creadores de opinión del viejo continente se alinean con los enemigos de Occidente cuando el líder del mundo libre toma medidas para intentar contrarrestar los ataques de los enemigos de la civilización. Esta actitud ingrata y mezquina, aunque ya era una absoluta insensatez en tiempos de la Guerra Fría, al menos tenía escasas consecuencias prácticas, puesto que la paz y la seguridad en Europa dependían fundamentalmente del paraguas nuclear norteamericano desplegado en el viejo continente. Prueba de ello era la constante propaganda “pacifista” financiada por Moscú que instaba a un desarme nuclear unilateral.

Sin embargo, la guerra contra el terrorismo islámico no se plantea en términos nucleares (aunque los terroristas intentan por todos los medios hacerse con material para fabricar bombas) ni convencionales. Se trata de una lucha contra un enemigo fanatizado cuyo máximo valor en la vida es inmolarse causando el mayor número de víctimas “infieles”. Es exactamente el mismo enemigo contra el que Israel está luchando ahora, sólo que amenaza con extender sus “operaciones” indiscriminadamente a lo largo y ancho del mundo occidental. Aunque cobarde, mezquina e impropia de la civilización que dicen representar, la actitud de los líderes europeos con Israel podría entenderse como una exigencia de la realpolitik si la lucha de Sharon por acabar con los focos del terrorismo palestino fuera una cuestión meramente local, donde cualquier injerencia podría provocar represalias de los terroristas en territorio europeo.

Pero no es este el caso. Los fanáticos del Corán –que, no lo olvidemos, prescribe la aniquilación del “infiel”– desean acabar con la civilización occidental y sustituirla por el totalitarismo medieval que emana de su libro sagrado, y ante la promesa de un paraíso de lujuria, no vacilan en acabar con su vida si con ello pueden llevarse por delante a unos cuantos infieles.

La masacre de Bali, que superará los dos centenares de muertos, es un serio aviso de lo que pueden hacer los terroristas en cualquier lugar del mundo donde haya occidentales, y Europa, esta vez, no podrá permitirse el necio lujo de lanzar piedras desde la retaguardia a quien la está defendiendo. No obstante, es probable que el grado de irresponsabilidad y anestesia moral de los europeos, unido a la falta de costumbre de asumir la responsabilidad de defenderse por sí mismos, redunde en un encogimiento de hombros ante lo sucedido en Bali, pues el terrorismo islámico aún no ha perpetrado ninguna masacre en suelo europeo.

Pero, por desgracia, es probable que lo acabe tocando, y será cosa de ver cómo se las arreglan los creadores de opinión del estilo de Noam Chomsky para seguir defendiendo la aniquilación de Israel y justificando las masacres en función de la “ira” y la “desesperación” que la libertad y el desarrollo occidental provoca en el Tercer Mundo sin provocar la ira y la desesperación de los familiares de las víctimas.

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