La retroprogresía europea no se ha cansado de justificar las masacres de los terroristas islámicos contra israelíes y norteamericanos. Uniendo la corrupción moral a la ceguera, los intelectuales políticamente correctos les culpan de provocar la desesperación del mundo árabe que, acorralado y oprimido por el capitalismo imperialista, no tiene otra elección que recurrir al asesinato de inocentes para preservar su identidad y su autonomía.
La Europa “social” que ha embridado al “capitalismo salvaje”, que no es “imperialista” ni “sionista” y que subvenciona las actividades de Arafat no puede ser –según creen ellos– objetivo de la barbarie islámica, pues tampoco ve con simpatía la hegemonía americana.
Pero quienes asumen esta postura no se dan cuenta de que los terroristas están imbuidos de un fanatismo que no tolera al “infiel”, el cual debe ser exterminado si no se convierte a la “verdadera fe”, y a tal efecto, norteamericanos y europeos estamos en la misma categoría. George W. Bush, a raíz de la masacre del 11-S, se dio cuenta de que el mundo libre y civilizado se enfrentaba a una guerra contra un enemigo para el que, al contrario de los occidentales, la vida no es el valor supremo sino un instrumento al servicio de su causa, para la que una muerte “gloriosa” es la máxima garantía de una eterna felicidad compuesta de goces carnales en el mundo de ultratumba.
La única forma de defender la civilización de este tipo de barbarie –estrechamente emparentada con la que asoló en los siglos VII y VIII los restos de la civilización grecolatina en el norte de África– es un rearme moral e ideológico que permita a todas las naciones civilizadas aunar esfuerzos contra esta nueva lacra para combatirla sin titubeos ni complejos, no sólo con medidas policiales, sino también con las armas, deponiendo si es preciso (como sucede en el caso de Irak) a los gobiernos que amparen, justifiquen, financien, colaboren o entrenen a los terroristas.
Actitudes como la de Francia, que intentó ocultar por todos los medios el hecho de que el petrolero “Limburg” había sufrido un atentado terrorista, o la de los alemanes, que han votado un gobierno que hizo bandera de la no intervención en Irak son muy malos síntomas, habida cuenta de que Francia y Alemania serán, probablemente, los próximos objetivos de Al Qaeda. Una prueba de ello es que la célula de esta organización que fue desarticulada hace varios días en Italia, trabajaba en la fijación de objetivos para una masacre y tenía en su poder cinturones explosivos similares a los que emplean los terroristas palestinos en sus atentados.
Ha llegado la hora en que la melindrosa y políticamente correcta Europa tome plena conciencia de la amenaza a la que se enfrenta, en lugar de practicar la política del avestruz negando a los norteamericanos –que, afortunadamente, han asumido el liderazgo en la lucha contra el terrorismo– apoyos y razones. Como bien sabemos en España, el precio que hay que pagar por la tolerancia con los terroristas es la libertad... y en muchos casos también la vida.

El terrorismo islámico se acerca a Europa

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