Los primeros síntomas de que el PP iba a sacrificar definitivamente su programa liberal en aras de la conservación del poder fue el anuncio de Aznar del giro “centro-reformista” que iba a imprimir al partido desde su retiro en la nueva FAES. Nadie sabía a ciencia cierta hace unos meses en qué iba a consistir el “centro-reformismo” –como no fuera una forma de camuflar un injustificado complejo de derecha rancia aún no superado–, hasta que por las acciones del Gobierno se ha ido concretando su esencia: se trata, ni más ni menos, de la sustitución de los principios, las ideas y el programa con que el PP llegó al poder por encuestas de encargo, cuyos resultados la corte de aduladores y asesores a sueldo del presidente interpreta de forma que concuerden con la autocomplacencia y los complejos políticos íntimos de Aznar, que comparten sus ministros.
De acuerdo con esto, el PP estaría gobernando con votos que pertenecen a la izquierda, puesto que España es mayoritariamente de izquierdas. Por ello, para facilitarle la labor al sucesor de Aznar, era “necesario” dar marcha atrás en la reforma del desempleo, procurar la amistad –o, al menos, la no beligerancia– de Polanco o renunciar a gestos de afirmación patriótica como el homenaje a la bandera.
Pero la renuncia a los principios trae siempre como consecuencia la desorientación y la inconsistencia; y la permanencia prolongada en el poder, pasividad y falta de reflejos. Si a ello se une el “no toca todavía” de Aznar respecto de la cuestión sucesoria, que hace que los candidatos estén más pendientes de intrigar, neutralizar dossieres y ocupar un lugar destacado en el “cuaderno azul” que de ejercer la acción de gobierno y contrarrestar los ataques de la oposición, lo sucedido el martes en el debate de los Presupuestos no resulta extraño.
Es indudable que, junto con la política antiterrorista, el área de gobierno donde más ha brillado el gabinete de Aznar ha sido la económica. La entrada en el euro, la creación de casi 4 millones de puestos de trabajo, el déficit cero y un crecimiento económico moderado en plena recesión mundial son logros que le asegurarán, sin duda, un lugar preeminente en la historia de España, algo que su círculo de aduladores no se cansa de repetirle. Pero los logros del pasado no son garantía del favor popular en el futuro si no se reivindican, y defienden activamente, como le sucedió a Churchill, que después de ganar una guerra, perdió las elecciones.
Ante la estudiada teatralidad de la intervención de Zapatero, que sustituyó inesperadamente a Jordi Sevilla en el debate sobre los Presupuestos –¿dónde estaba el ejército de asesores y estrategas de Aznar–, ni al presidente ni a Rodrigo Rato, confiados en que el buen paño en el arca se vende, se les ocurrió tomar la palabra y contestar a las ocurrencias –ni siquiera llegan a la categoría de argumentos– de Zapatero en materia de política económica. Éste se limitó a insistir en que la cifra de crecimiento económico prevista en los Presupuestos es poco creíble y a levantar acta del alto precio de las viviendas o del mal estado de algunas comisarías, recomendando el abandono del déficit cero y más gasto público para paliar esas deficiencias.
Aunque el líder de la Oposición habría estado más atinado en sus críticas si hubiera propuesto, por ejemplo, la liberalización del suelo o una auténtica reforma fiscal, lo cierto es que ha logrado acaparar la atención de los medios de comunicación y ha perdido el miedo al combate parlamentario, como demuestra su réplica a Montoro cuando éste, ante la afirmación de Zapatero de que el fraude fiscal se había incrementado con el gobierno del PP, recordó el caso de la Agencia Tributaria de Barcelona. Zapatero, rápido de reflejos, silenció al ministro de Hacienda recordando, a su vez, a Giménez-Reyna.
Al igual que en la fábula de Esopo, la liebre del PP dormita, confiada en sus facultades, en la cuneta a la sombra del frondoso árbol del poder, mientras que la tortuga del PSOE, con paso lento y vacilante, va ganando metros poco a poco en la carrera hacia La Moncloa. Aunque a Zapatero todavía le falta lo principal –un programa de gobierno creíble y coherente– ya ha dado el primer paso hacia la conquista del poder: la voluntad de ganarlo y la convicción de que puede hacerlo algún día si la liebre sigue durmiendo el sueño de la autocomplacencia.

Victoria por incomparecencia

En España
0
comentarios
Servicios
- Radarbot
- Curso
- Inversión
- Securitas
- Buena Vida
- Reloj Durcal