Triunfos tan rotundos como obtuvo el PSOE en 1982 (202 diputados, 10 millones de votos) sólo pueden darse en circunstancias excepcionales. Era la primera vez en más de 40 años que el PSOE tenía posibilidades de llegar al poder, por lo que toda su credibilidad política –aun a pesar de su papel preponderante en el desastre de la guerra civil– se hallaba intacta. Además, el socialismo real soviético, lejos de dar síntomas del derrumbe estrepitoso que sufrió pocos años después, seguía siendo el referente político de la izquierda española junto con el modelo socialdemócrata sueco de altos impuestos y estado del bienestar omnicomprensivo.
Nada o muy poco queda ya de aquellos “referentes”. El soviético se desplomó, parafraseando a Marx, bajo el peso de sus propias contradicciones; y el sueco ha tenido que dar marcha atrás ante la perspectiva de que a una gran parte de la población no le compensaba trabajar para ganarse la vida y pagar impuestos, prefiriendo acogerse a los generosos beneficios del estado del bienestar. Por otra parte, la sociedad española ya ha alcanzado la madurez política, y hoy la mayoría de los ciudadanos vota con la cabeza, no con el corazón. Y lo más importante es que el PSOE, tras trece años de gobierno donde las notas dominantes fueron la demagogia, la corrupción, la prepotencia y una nefasta gestión económica, hace tiempo que perdió la “virginidad” y la “inocencia” política que los españoles le atribuían en 1982.
Por todo esto, la sesión de autocomplacencia de los socialistas que tuvo lugar el domingo en Vista Alegre, donde la glorificación de un pasado inmediato que nada tiene de glorioso y para el que sobran motivos de autocrítica ocupó el lugar central, fue más una ocasión para demostrar que es González quien sigue moviendo los hilos del PSOE (“no he tenido más remedio que aceptar a Zapatero”) que una oportunidad para mostrar a la sociedad en qué consistía la renovación prometida por el leonés o cuáles eran las líneas maestras del programa con el que Zapatero espera ganar las elecciones.
Nadie se imagina, por ejemplo, al Partido Conservador británico organizando un mitin para agradecer a Margaret Thatcher los señalados servicios que ella prestó a su partido, al Reino Unido y a la causa de la libertad en el mundo, habiendo más que sobrados motivos para ello. Tampoco al Partido Republicano estadounidense se le ocurrió organizar un homenaje a Reagan para tributarle homenaje por haber ganado la guerra fría y haber recuperado para su país el orgullo de ser norteamericano y occidental. Ni tampoco, que se sepa, los socialistas alemanes se preocuparon por agasajar públicamente a Helmut Schmidt durante los largos años en que Köhl fue canciller. Esta es, quizá, la gran diferencia que existe entre los partidos políticos democráticos, donde sus líderes están al servicio del partido y de su programa, y las banderías políticas, donde el partido se pone al servicio del líder –de facto o de iure– y de sus intereses. Por lo demás, es una norma no escrita en los partidos políticos democráticos que el líder que ha perdido el gobierno en unas elecciones queda amortizado y debe apartarse de la escena política durante, al menos, una larga temporada, para que el partido pueda reconstruir libremente sus cuadros y su programa, tal y como hizo Fraga en el Partido Popular.
Pero en el caso del PSOE, la sombra de González, arrojado “injustamente” del usufructo perpetuo del poder que le correspondía por “derecho propio” a causa de las “malas artes” de la derecha –y no por sus grandes y graves pecados políticos– ha condicionado todas y cada una de las decisiones importantes que se han tomado en el seno de su partido. Hasta tal punto que la legitimidad del liderazgo de Zapatero, en lugar de provenir del voto libre y democrático de los socialistas en un Congreso, parece tener su origen directamente en el beneplácito o la aquiescencia de González, que antes de proclamarlo oficialmente el domingo “candidato a la presidencia del gobierno”, se ocupó, con la ayuda de Cebrián y Polanco, de “encauzar” la trayectoria de Zapatero por derroteros más “satisfactorios”, como claramente indican la abortada propuesta de reforma fiscal de Jordi Sevilla o la defenestración de Nicolás Redondo Terreros.
Frases como la de Rosa María Sardá (una de las estrellas más favorecidas por la TVE socialista), quien llegó a decir que “el socialismo es más guapo, más fuerte y más alto que los papás de la derecha”, traspasan los límites del fervor político para entrar de lleno en el esperpento infantil. Y es que en el PSOE todavía creen que la cultura política de los españoles y su memoria histórica aún están en la infancia o en la adolescencia. Pero ya han pasado 20 años.

PSOE: veinte años no es nada

En España
0
comentarios
Servicios
- Radarbot
- Curso
- Inversión
- Securitas
- Buena Vida
- Reloj Durcal