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Chaves, también en la “equidistancia”

Para ser proclamado candidato del PSOE a La Moncloa por el sanedrín de González, Zapatero ha tenido que renunciar a casi todo su programa político y adaptarlo al “espíritu del 82”: desde la renovación del partido, pasando por la ya olvidada reforma fiscal de Jordi Sevilla, la “oposición serena” y el distanciamiento de los nacionalistas vascos, que quedó de manifiesto con el abandono a su suerte de Nicolás Redondo después de una brutal y mezquina campaña de Prisa, Zapatero ha optado por dar marcha atrás para no ser él también sacrificado en el altar del desmedido rencor y de la insaciable voluntad de poder de su padrino.

Afortunadamente, la popularidad del Pacto Antiterrorista ha impedido de momento al felipismo –ansioso por recuperar las excelentes relaciones con los nacionalistas vascos que mantuvieron en su “década prodigiosa”, cuando compartían con ellos el poder y las prebendas– dar marcha atrás a, quizá, la aportación más significativa de los socialistas a la democracia desde la transición. Pero no faltan en el PSOE –es casi una tradición desde que Pablo Iglesias lo fundara– quienes, con tal de tocar poder, están dispuestos a liquidar cualesquiera logros o instituciones, sean cuales sean las consecuencias.

Una vez neutralizado Zapatero, y en conexión directa con los medios de Prisa, las tendencias centrífugas del PSOE se muestran con toda claridad y sin rubor. A Elorza y a Maragall, se les ha unido el presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves –que también lo es del PSOE– quien también aboga por establecer “cauces de diálogo” con el PNV cuando el PSOE llegue a La Moncloa y asegura que Zapatero “tiene un plan para el País Vasco” que éste revelará a su debido tiempo. El presidente andaluz responsabiliza al Ejecutivo de Aznar de la deriva secesionista del PNV, afirmando que “algo se ha tenido que hacer mal desde el Gobierno para haber llegado a esta situación”, por lo que apuesta por marcar distancias con el PP. La misma línea que Maragall (y Elorza), quien se opone al Pacto Antiterrorista y ha anunciado que el PSC (que votó por Zapatero en el Congreso donde éste fue elegido Secretario General) va “a pedir mucho al PSOE, como una actitud diferente del PP respecto al País Vasco”. Incluso Javier Rojo, vicepresidente del Senado y hasta hace poco cercano a las posiciones de Redondo, Totoríka y Rosa Díez, también habla de distanciarse del PP y abrir nuevos cauces de diálogo.

Podría comprenderse hasta cierto punto que sea la posibilidad de que el PSOE gane las próximas elecciones sin llegar a la mayoría absoluta el factor responsable de esta actitud, ya que, probablemente, los socialistas tendrían que recurrir al PNV y a CiU para completar la mayoría. Sin embargo, es un insulto a la inteligencia de los españoles culpar al Gobierno de la falta de diálogo con un partido que anuncia sin rubor su intención de pasar por encima de la Constitución, que comparte objetivos con ETA-Batasuna y que margina política e institucionalmente a todos aquellos que se juegan la vida por defender las libertades.

La ambición personal de algunos líderes regionales del PSOE, como Maragall y Elorza, cuya única aspiración es heredar los regímenes forjados por Arzalluz y Pujol, y la obsesión de González por recuperar los años 80 (cuando el PNV, a la espera de construir su régimen protototalitario, todavía se tomaba la molestia de parecer democrático) y vengarse de Aznar, pueden explicar hasta cierto punto el renovado interés por el diálogo con el PNV. Pero lo que no tiene explicación es que, por unos intereses tan mezquinos, haya un amplio sector en el PSOE que esté dispuesto a hacer tabla rasa de pactos e instituciones para dialogar con un partido que ya ha demostrado sobradamente que jamás renunciará a su programa máximo: la secesión y la euskaldunización forzada de vascos, navarros y vasco-franceses.

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