Cuando George W. Bush, con ocasión del ataque contra el régimen talibán y las bases de Al Qaeda en Afganistán, afirmó que la guerra contra el terrorismo sería larga, quería evitar que el entusiasmo por la destrucción del régimen taliban hiciera bajar la guardia a los aliados. La caída de los talibanes supuso, sin duda, un duro golpe para Al Qaeda, y es seguro que ha evitado muchos atentados y masacres al restar capacidad operativa y de entrenamiento a los secuaces de Ben Laden.
Pero la batalla de Afganistan no fue más que el primer episodio de esa guerra contra el terrorismo. Refugiados en países y territorios musulmanes donde la ley, el orden y el respeto por los derechos humanos brillan por su ausencia (como Sudán, el sur de Filipinas, zonas de Indonesia, el norte de Nigeria, el área de Pakistán fronteriza con Afganistán, etc.), los miembros de Al Qaeda han continuado entrenándose y planeando masacres contra los judíos y los “cruzados”.
La matanza en la isla de Yerba, la masacre de Bali y el ataque a un petrolero francés en Yemen son pruebas evidentes de que Al Qaeda, pese a haber recibido un duro golpe, está lejos de haber perdido su operatividad. Y sería un gravísimo error considerar la matanza de israelíes el jueves en Kenia, cometida desde el vecino estado integrista de Sudán por una organización pantalla de Al Qaeda llamada “Ejército de Palestina”, como un episodio más del “problema palestino”. La coincidencia de la masacre del hotel de Mombasa con el asesinato de al menos cinco israelíes en el norte de Israel a manos de terroristas de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa –el brazo armado de Al Fatah, la organización de Arafat– frente a una sede del Likud –que celebraba elecciones internas donde Sharon derrotó ampliamente a Netanyahu– indica que los terroristas palestinos y Al Qaeda mantienen con toda seguridad un estrecho contacto.
Hasta ahora, Israel se había mantenido oficialmente al margen de la guerra contra el terrorismo impulsada por Bush y sus aliados. En primer lugar porque los israelíes ya tenían bastante con combatir a Hamas, la Yihad y Al Fatah; y en segundo lugar, porque su participación hubiera puesto en peligro la frágil coalición contra Afganistán, que necesitó de neutralidad o la colaboración de países como Pakistán, no precisamente neutrales en cuanto a la causa israelí. Pero es probable que la matanza de Kenia acabe con la forzada neutralidad de Israel, cuyo Gobierno no está dispuesto a observar pasivamente cómo masacran a sus ciudadanos más allá de sus fronteras. Un indicio de ello son las declaraciones del embajador de Israel en España a La Linterna de la Cadena Cope. El diplomático señaló que el terrorismo, lejos de ser un problema local, concierne al conjunto de la comunidad internacional, pues todos las organizaciones terroristas, al perseguir el mismo fin –la destrucción de Occidente– mantienen contactos entre sí y se apoyan unas a otras, constituyendo una especie de fraternidad mundial de criminales. Por ello, es deber de la comunidad internacional aunar esfuerzos para combatir cualquier manifestación del terrorismo.
No es descabellado, pues, que el Mossad, –el servicio de inteligencia israelí, que tiene fama de ser el más eficaz del mundo– entre pronto a formar parte activa de la red de intercambio de información que los servicios secretos occidentales pusieron en funcionamiento a raíz del 11 de septiembre; ni tampoco que el Gobierno israelí tome pronto alguna represalia contra Al Qaeda. Acostumbrados por la fuerza de la necesidad a ejercer activamente el derecho a la legítima defensa, los israelíes son un temible enemigo para Ben Laden y los mejores aliados concebibles en la guerra contra el terrorismo. Sin embargo, puede que la entrada de Israel en la guerra haga tambalearse la precaria neutralidad de Arabia Saudí y de las monarquías del Golfo, principales financiadores y difusores de la versión integrista del islam entre los inmigrantes musulmanes en el mundo occidental así como en los estratos sociales menos favorecidos de los países musulmanes, precisamente el caldo de cultivo donde Al Qaeda recluta a sus miembros y partidarios.
Será entonces cuando EEUU y el mundo occidental tengan que elegir entre un amigo y fiel aliado como Israel o amigos de conveniencia como Arabia Saudí. Saavedra Fajardo, a la hora de elegir partido, recomendaba en sus Empresas Políticas apoyar siempre a quienes nos pidan ayuda y rechazar a quienes nos exijan u ofrezcan sólo neutralidad. Los primeros son amigos en apuros que en el futuro devolverán el favor. Los segundos son enemigos potenciales que no desean ver crecer nuestra fuerza e influencia y que, por supuesto, no nos devolverán el favor.

Israel: un temible enemigo para Al Qaeda

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