Cuando Daniel Díez, actual secretario general de las Juventudes Socialistas de Euskadi (JSE-Egaz), dice que la ponencia del V Congreso de su formación –cuyo texto, para evitar los “condicionamientos” de la polémica, no han hecho público– “sigue la línea” de los últimos años sobre normalización política, hace honor a la verdad. El “entendimiento” entre nacionalistas y no nacionalistas ha sido una constante en el PSE. Ha sido precisamente esa larga tradición de “entendimiento” con el nacionalismo impulsada por los socialistas –pues no en vano gobernaron en Vitoria durante largos años junto al PNV, ocupando la Vicepresidencia y Consejería de Educación desde 1987 hasta 1995– lo que ha propiciado que los jóvenes socialistas vascos sean incapaces de concebir un proyecto político que se desmarque de las tesis y la ideología nacionalista.
El horizonte del referéndum cuando acabe la violencia y el acercamiento a cárceles vascas de los presos de ETA, reivindicaciones tradicionales de los nacionalistas, son parte esencial de las conclusiones de las JSE, cuyos dirigentes sostienen que la política de dispersión de los presos de ETA “no ha dado frutos, crea más odio y rencor y levanta barreras para el entendimiento con la parte independentista”, además de ser “un sufrimiento añadido e innecesario”. Aunque al menos admiten que “no valen los Lizarra-1 o Lizarra-2”, afirman que tampoco vale “la unión de los no nacionalistas para satanizar al nacionalismo”.
Hasta tal punto ha llegado la colonización ideológica por parte del PNV que este alineamiento casi total con las tesis de los nacionalistas es interpretado como una “radicalización” del socialismo vasco, propia de la frescura de la juventud, de “esa revolución que suelen tener las neuronas con veintipocos años”, en palabras del secretario general de las JSE, quien lamenta “haberse moderado” con el paso del tiempo.
Pero quizá la muestra más evidente del síndrome de Estocolmo que padecen los jóvenes socialistas vascos –cuyos referentes a “radicalizar” son Elorza, Eguiguren y Patxi López– es que quien sustituirá a Daniel Díez al frente de las JSE para llevar a término las conclusiones del V Congreso es Eduardo Madina, que perdió una pierna a raíz de un atentado de ETA y es saludado por sus compañeros como “nuestro Ernest Lluch”, cuyo talante “dialogante” fue recompensado con el proverbial tiro en la nuca.
Según la tradición de pensamiento marxista, de la que, se supone, el PSOE es heredero, se dice que alguien está alienado cuando acepta como justa y natural la ideología de sus opresores. Tal es el caso del PSE, utilizado como moneda de cambio por González y Polanco, así como también por el PNV, para debilitar a la derecha española y mantenerla alejada del poder, tanto en el País Vasco como en el Gobierno de la nación; aun a costa de valores tradicionales del socialismo como la universalidad, entendida como la superación de los prejuicios aldeanos y racistas presentes en la base de todos los nacionalismos.
No es de extrañar, pues, que los jóvenes socialistas vascos, huérfanos de referentes ideológicos propios que sus “mayores” no les proporcionan, y sometidos a la dictadura del pensamiento único nacionalista y a la amenaza del tiro en la nuca, acaben suscribiendo las ideas que cargan las pistolas y los coches-bomba de ETA, aunque sólo sea para no ser excluidos de una sociedad que, a sus ojos, es predominantemente nacionalista. Sobre todo cuando el secretario general del PSOE –impulsado por González y Polanco– acude a ratificar con su presencia en el V Congreso de las JSE, el próximo fin de semana en Bilbao, las bondades de la claudicación ideológica y de la alineación.

Juventudes nacionalistas del PSE

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