El absurdo referéndum “virtual” sobre el Sahara, convocado por la progresía andaluza hace poco más de un año e irresponsablemente auspiciado por la Junta de Andalucía, fue el detonante la crisis en las relaciones hispano-marroquíes –larvada desde la negativa de Marruecos a renovar los acuerdos de pesca con la UE–, que nuestro vecino del sur agravó después con la insensata invasión de Perejil así como con la intensificación de sus “reivindicaciones” sobre Ceuta y Melilla. Ni siquiera la buena disposición y excesiva solicitud de nuestra ministra de Exteriores –a las que Benaissa respondió con hirientes desplantes indignos del oficio diplomático– o la “mediación” de Colin Powell consiguieron hacer recapacitar a Mohamed VI y su enviado de que era un disparate enemistarse con el vecino del norte, uno de sus principales amigos y benefactores, simplemente porque éste tuviera una postura diferente –acorde con la legalidad internacional– respecto de la cuestión del Sahara.
Poco, pues, cabía esperar de la última entrevista entre Palacio y Benaisa, que tuvo lugar el pasado jueves en Madrid. El resultado de la reunión no pasó de las buenas palabras: una referencia al Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación de 1991 –el cual, vistos sus resultados, debería ser anulado o renegociado– y un vago compromiso sobre la normalización de las relaciones bilaterales que volverá a ser abordado a principios del año que viene en Rabat. Nada, por el momento, acerca del retorno del embajador alauí, el signo inequívoco que indicaría una voluntad sincera por parte de Marruecos de normalizar las relaciones bilaterales.
No obstante, el optimismo demostrado por Palacio después de la reunión con Benaisa –quizá motivado porque esta vez Mohamed VI, a través de su embajador, decidió respetar las más elementales normas de la cortesía diplomática– puede que tenga esta vez alguna justificación. El sorprendente ofrecimiento, por parte del monarca alauí, de los caladeros marroquíes –durante tres meses, prorrogables en función de las circunstancias– a los pescadores gallegos afectados por la catástrofe del Prestige, “basándose –dice el comunicado oficial– en los principios de solidaridad económica y buena vecindad” podría ser una muestra de ese convencimiento de la ministra de que “hemos superado un tipo de calidad de relaciones”. Un gesto aún más sorprendente si se tiene en cuenta que hace apenas dos semanas Marruecos rechazó la ayuda ofrecida por España con motivo de las graves inundaciones sufridas por el país vecino, que sí acepto la de Francia y Bélgica.
Es posible que en esta decisión tengan algo que ver las declaraciones, el pasado 10 de diciembre, del comisario europeo de Agricultura y Pesca. Franz Fischler –quien tuvo ocasión de comprobar en directo las tácticas diplomáticas marroquíes con ocasión de negociación de los acuerdos de pesca– anunció la posibilidad de detraer fondos destinados a Marruecos para paliar los daños de la marea negra. Pero aunque pueda deberse a motivos puramente económicos y de estrategia política –antes de que esos fondos europeos se destinen a nuestro país, Mohamed VI preferiría que España le deba un favor de cara a futuras negociaciones–, el gesto del monarca alauí –quien comunicó personalmente su decisión a Don Juan Carlos y al presidente del Gobierno, José María Aznar– debe ser valorado y agradecido en su justa medida. Ojalá se trate de una señal de que nuestro vecino del sur pretende reiniciar las relaciones bilaterales desde bases que nunca debió abandonar: el respeto, la buena fe, la cooperación y la buena vecindad que España siempre ha demostrado hacia la monarquía alauí.

Marruecos: un gesto inesperado

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