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Andrés Freire

Soldadito, a limpiar el chapapote

Es explicable que en una emergencia, cuando la situación precisa de una fuerza humana rauda y bien organizada, se demande la ayuda del Ejército. Ahora bien, pasada ya la urgencia, cuando lo que resta es la sucia y penosa tarea de limpiar el chapapote, ¿por qué prosiguen con ella nuestros soldados?. Ya puestos a ocupar empleados públicos ¿por qué no envía el estado a Galicia a los funcionarios de correos, a la policía nacional, o incluso a los inspectores de hacienda? Se nos ocurren tres motivos: a) el soldadito español no tiene quien le defienda (¡lo que dirían los sindicalistas si les mandaran a limpiar el chapapote!); b) las tareas habituales del Ejército no se consideran imprescindibles; c) el ministerio de defensa haría cualquier cosa por mejorar su imagen.

El contexto en que sucede, por supuesto, es el de la crisis del ejército nacional en toda Europa. Algo que viene insinuado al leer los tres objetivos prioritarios de nuestra política de defensa. El primero de ellos es “garantizar la seguridad y defensa de España y los españoles en el marco de la seguridad compartida y la defensa colectiva con nuestros socios y aliados”. Parece un objetivo lógico hasta que recordamos que el “marco” del que hablamos es aquel que nos obliga a defender con la vida de los españoles el estrecho del Bósforo y, ahora también, la frontera de Letonia (¡Dios mío, comprometernos sin dudas ni debates a morir por Riga!), sin la contrapartida de que alguien nos ayude en la defensa de Ceuta y Melilla. El asunto Perejil, y la neutralidad que adoptaron al respecto nuestros socios y aliados, ha vuelto a poner de actualidad esta contradicción, y el Almirante Moreno, jefe del Estado Mayor de la Defensa, ha afirmado que la nueva revisión estratégica de la defensa ha de prepararse ante la eventualidad de actuar en solitario.

Pero esta actuación en solitario choca con la evolución estratégica europea de los últimos decenios, que tiende a la integración supranacional en el marco de la OTAN. Por eso, el segundo objetivo prioritario de la defensa nacional es el de “contribuir a las misiones de ayuda humanitaria y operaciones de paz y de gestión de crisis que realicen las organizaciones internacionales y europeas a las que España pertenece”. La duda de muchos observadores es la de si la integración ha alcanzado un punto tal que hace imposible hacer la guerra por nuestra cuenta.

A falta de una idea clara de lo que ha de ser el Ejército, el ministerio se marca como tercer objetivo el “fomento de la conciencia de defensa nacional en la sociedad española a través de la cultura de la defensa”. Pero claro, ¿cómo se puede pretender que mejore nuestra “cultura de la defensa” cuando se considera tarea propia de soldados la limpieza de chapapote? El problema de la imagen del Ejército es intrincado, y no tiene relación ni con la dictadura ni con Tejero, sino con la contradicción cultural de una organización cuya función es matar gente en una sociedad pacifista como la europea del siglo XXI. Y eso no cambia por muchos soldados que envíen a limpiar las rocas de Galicia.

¿Quién limpiaría entonces la costa? En un país normal, me parece, contratarían a los trabajadores que fueran precisos. Lo actual, lo de los soldados y los voluntarios, no son más que (perdonen la expresión) caralladas.

En España

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