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Aznar vuelve a la política activa

Una de las notas características de José María Aznar al frente del PP y del Gobierno es que sólo da lo mejor de sí mismo cuando las dificultades crecen a su alrededor o cuando se pone en duda su capacidad. Y al contrario, cuando las críticas ceden el lugar a las lisonjas es cuando afloran los peores defectos del presidente del Gobierno. La prueba más elocuente de lo primero es, quizá, su firme voluntad de agotar la primera legislatura contra viento y marea y contra todos los pronósticos, –incluido el de Felipe González, quien se veía en La Moncloa seis meses después–, con un balance de gestión tan favorable, dadas las circunstancias, que en 2000 el PP obtuvo una mayoría absoluta holgada, superando incluso las previsiones más optimistas. Y el ejemplo más claro de lo segundo es la política del Gobierno durante el pasado año; especialmente en el segundo semestre, donde tuvieron lugar el sacrificio de la reforma laboral, la entrega del monopolio televisivo a Polanco, la boda de tintes regios en El Escorial y la nefasta gestión política de la catástrofe del Prestige.

Aunque otra de las notas características de Aznar es la testarudez –el ejemplo más palmario es la cantinela del no toca en lo que respecta a su sucesión, confirmado por la obstinación en no acudir a Galicia en los peores momentos de la marea negra del Prestige–, ésta, afortunadamente, no llega a cegarle tanto como para dejar de advertir que en el último año el PP y el Gobierno habían perdido la iniciativa política y navegaban a la deriva. La proximidad de las elecciones municipales y autonómicas y las secuelas políticas de la catástrofe del Prestige han obligado a Aznar a sacudirse la modorra de la autocomplacencia –estimulada por su corte de aduladores– y a ponerse a trabajar en serio para mantener al PP en el poder. La profunda reforma del Código Penal y las rebajas fiscales, ambas muy bien recibidas por la ciudadanía, son dos importantes pasos que le han permitido al PP y al Gobierno recuperar la iniciativa, que en los últimos seis meses había quedado en manos del PSOE.

Pero quizá el signo más claro de que Aznar ha bajado desde su torre de marfil para volver a hacer política es el anuncio, el pasado sábado, de que formaría parte de la lista del PP para el Ayuntamiento de Bilbao para expresar su apoyo y solidaridad a los concejales amenazados por el nacionalismo obligatorio. Se trata –salvando las distancias, por supuesto– del mismo tipo de gesto que tanto su partido como la oposición –no digamos la ciudadanía– le exigió a Aznar cuando el chapapote impregnaba las costas gallegas y que éste –imbuido de testarudez y suficiencia– declinó reiteradamente.

Es muy posible que el revulsivo que Aznar necesitaba para volver a la política activa haya sido la esclerosis del PP gallego, agudizada por la crisis del Prestige y aireada por la salida forzada de Cuiña –que intentó una especie de “golpe de estado” contra Fraga– del gobierno de la Xunta. Aunque un poco tarde, quizá Aznar ha acabado dándose cuenta de que mientras no designe sucesor nadie en el PP estará dispuesto a dar la cara en apuestas arriesgadas, a no ser que se lo ordenen directamente. Por tanto, y mientras no toque hablar de sucesión, Aznar tendrá que seguir siendo al mismo tiempo la brújula y el mascarón de proa del PP, al menos hasta el próximo mes de mayo.

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