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Gibraltar: no más paños calientes

Desde que España, en 1975, perdió los últimos restos de su antiguo imperio colonial, Marruecos y Gibraltar han sido los dos grandes temas –los únicos prácticamente desde que ingresamos en la OTAN y en la UE– de nuestra política exterior. Sin embargo, la teórica concentración de esfuerzos diplomáticos en esos dos asuntos no parece haber producido resultados positivos para nuestros intereses. Más bien cabría decir todo lo contrario, pues Marruecos nos ha ido perdiendo el respeto paulatinamente hasta llegar a la situación actual. Y en cuanto a Gibraltar, no se ha avanzado un milímetro desde que Fernando Morán decidiera abrir la verja como gesto simbólico de buena voluntad de la España democrática hacia el Reino Unido y los llanitos para poner fin civilizadamente a un contencioso anacrónico que ni siquiera las razones geoestratégicas pueden ya justificar.

La experiencia ha demostrado que la política de apaciguamiento y concesiones practicada con Gibraltar y el Reino Unido –una proyección, por cierto, de nuestra política interior respecto a los nacionalismos– ha sido en realidad contraproducente. No sólo nuestros gestos no se han visto recompensados con la reciprocidad –se suponía que la apertura de la verja debía ser correspondida con el uso conjunto del aeropuerto gibraltareño construido en terreno no cedido por el Tratado de Utrecht–, sino que, además de continuar siendo un insulto para nuestra dignidad nacional, Gibraltar, se ha transformado en una constante fuente de problemas económicos, fiscales y ecológicos para nuestro país, derivados de su naturaleza de paraíso jurídico-fiscal parasitario de nuestra economía, donde igual cabida tienen los negocios legales, los alegales y los ilegales.

Después de tragarnos la afrenta del Tireless –en aras, por supuesto, de la “buena marcha” del proceso de negociaciones– y después de que Piqué –en su ingenuo triunfalismo y confiado en la tierna amistad de Aznar y Blair– nos asegurara el pasado año que lo de Gibraltar era “cosa hecha” antes de ser toreado, una vez más, por la pérfida Albión, las cosas vuelven a estar como siempre. La catástrofe del Prestige –íntimamente relacionada con la Roca–, la detención de los periodistas que el lunes intentaron cubrir la protesta de Greenpeace contra una de las gasolineras flotantes en aguas de la bahía de Algeciras por los constantes vertidos que contaminan sus aguas y el hundimiento en la madrugada del martes de una de las gabarras que abastecen de fuel oil a los barcos que recalan en Gibraltar se han encargado de demostrarlo.

Peter Caruana, el gobernador del Peñón, ya ha advertido de que seguirá acogiendo en Gibraltar a barcos como el Prestige –monocasco– hasta que la Unión Europea no los prohiba definitivamente en sus aguas; aun a despecho de que en ya España están prohibidos desde el 1 de enero. Es evidente que los llanitos no quieren renunciar al lucrativo negocio del repostaje de fuel, realizado en aguas –3 millas alrededor del Peñón– cuya soberanía teórica pertenece a España, dado que el Tratado de Utrecht no reconoce aguas jurisdiccionales a Gibraltar.

Ante los desplantes de Caruana –no hay que olvidar el reciente “referéndum de autodeterminación”– y la indiferencia del Reino Unido, quizá vaya siendo hora de que España cambie la orientación de su política respecto al contencioso de Gibraltar. Suele decirse que dos no regañan si uno no quiere. Pero si el precio a pagar por las “excelentes” relaciones con el Reino Unido –y las de Aznar con Blair– es que nunca se aborde el contencioso de Gibraltar desde la perspectiva de la presión diplomática –la única vía que puede producir resultados favorables a nuestros intereses– quizá sea preferible tener unas relaciones simplemente correctas.

No debemos olvidar que Gibraltar depende de España en asuntos tan importantes como las telecomunicaciones (100.000 líneas para menos de 30.000 habitantes) y la asistencia sanitaria, ni tampoco que el negocio de repostaje de buques no sería posible si España no respetara tácitamente esas tres millas de “aguas jurisdiccionales” que nunca fueron cedidas por el Tratado de Utrecht. Sería una insensatez no aprovechar estas bazas ahora que Gibraltar está en el punto de mira de las autoridades europeas.

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