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Irak: la ceguera y la mezquindad de Europa

El paso de los años ha confirmado lo que entonces ya se adivinaba como un grave error: conservar a Sadam Husein en el poder tras la victoria de la coalición internacional. La resolución de Naciones Unidas que autorizó el uso de la fuerza contra Irak tenía como objeto restaurar la soberanía e independencia de Kuwait y garantizar la seguridad en la zona. Una vez liberado Kuwait, la lógica indicaba que la mejor forma de garantizar la seguridad futura del Golfo hubiera sido derrocar a Sadam e imponer un gobierno provisional bajo los auspicios de Naciones Unidas que se encargara de la reconstrucción del país y de la convocatoria de elecciones democráticas. Es decir, lo mismo que se hizo en Afganistán después de destruir los campamentos e instalaciones de Al Qaeda; pues hubiera sido absurdo mantener a los talibanes en el poder para después tener que enviar inspectores a vigilar si Ben Laden y sus secuaces volvían a reorganizarse dentro del país.

Hace trece años se pensó que la tarea de deponer a Sadam Husein correspondía a los propios iraquíes, y que los aliados no debían inmiscuirse en los asuntos internos de Irak. La comunidad internacional se limitó a imponer sanciones y embargos comerciales a Irak, que sólo han servido para aumentar las penalidades de los ciudadanos iraquíes. Tales medidas, dirigidas a un gobierno democrático con libertad de prensa, hubieran provocado probablemente la caída más o menos inmediata del gobierno. Pero si los iraquíes, después de una sangrienta guerra de agresión contra Irán que no produjo otros resultados más que empobrecimiento, miseria y centenares de miles de muertos y mutilados, no tuvieron la fuerza suficiente como para acabar con el régimen nazi-soviético de Sadam, poco cabía esperar en este sentido del embargo y de las restricciones militares impuestas después de la Guerra del Golfo. Antes al contrario, los órganos de propaganda del régimen de Sadam han conseguido en buena medida canalizar la frustración de los iraquíes hacia Occidente e Israel.

Por otra parte, y aun a pesar de la vigilancia y control de los aliados, Sadam Husein se las ha arreglado para burlar las previsiones del programa “petróleo por alimentos” y continuar con sus programas de desarrollo de armas de destrucción masiva. Ha desviado ingresos procedentes de la venta de petróleo para seguir rearmándose y, a la vez, para financiar las actividades de los terroristas palestinos –fuentes israelíes afirman que Sadam paga 25.000 dólares a las familias de los terroristas suicidas cuando éstos cometen sus masacres. A las armas químicas, que ya empleó contra Irán y contra los kurdos del norte, se une el proyecto de fabricación de armas nucleares que, según informes en poder de los norteamericanos obtenidos de ingenieros disidentes iraquíes, podría estar completado en cuestión de meses.

El último golpe de efecto de Sadam anunciando que permitirá a partir de ahora a los inspectores de Naciones Unidas realizar su labor sin restricciones no es más que una añagaza para seguir ganando tiempo, un episodio más del juego del gato y el ratón con que ha venido burlando a Occidente durante los últimos trece años y cuyo objeto es reblandecer las convicciones de los aliados europeos de EEUU –algo que ha conseguido con Alemania y Francia–, que, más preocupados por complacer a una opinión pública intoxicada por la propaganda de la progresía, aún siguen sin aprender de los errores que Chamberlain y Daladier cometieron con Alemania. Hitler, que también contravino las restricciones militares impuestas a Alemania en la Paz de Versalles, afirmó en varias ocasiones que el principal factor de su triunfo fue la desidia y el insensato pacifismo de los líderes europeos, que no se atrevieron a emplear la fuerza para detener el rearme alemán. Como Hitler, Sadam no se ha cansado de repetir públicamente cuáles son sus objetivos: la destrucción de Israel, la “recuperación” de Kuwait y la humillación de los EEUU.

Quienes, imbuidos de buenas intenciones, manifiestan que toda guerra preventiva es ilegítima y que hay que agotar todos los esfuerzos diplomáticos olvidan que la principal condición del generoso armisticio de la Guerra del Golfo era precisamente el desarme de Irak. La expulsión en 1998 de los inspectores de Naciones Unidas encargados de verificarlo, de por sí hubiera justificado la reanudación de las hostilidades. Han pasado más de cuatro años –que Sadam ha aprovechado para reponer sus arsenales– de esfuerzos diplomáticos y sólo ante la amenaza de un ataque aliado, Sadam accedió a que los inspectores regresaran para continuar su labor, entorpecida al máximo por las autoridades iraquíes con el fin de seguir ganando tiempo.

Bush sabe perfectamente que la única forma de solucionar definitivamente este asunto es derrocar a Sadam Husein e instaurar en Irak un régimen democrático no hostil a Occidente. Sin embargo, las necias insidias de la izquierda acerca de los intereses petrolíferos –algo que, si bien se mira, es una razón de peso aún más poderosa y justificada para expulsar del poder a un régimen declaradamente hostil a Occidente– y las excesivas concesiones de Bush al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas han conseguido presentar a EEUU como un agresor caprichoso, dispuesto a saltarse la legalidad internacional representada por la ONU para satisfacer su deseo de venganza. Una vez más, como los niños ingratos y malcriados, los europeos se complacen en patear las espinillas a quien deben la paz, la libertad y la prosperidad.

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