Desde que los EEUU salvaran por dos veces a Europa occidental del suicidio al que la llevaron sus intelectuales y políticos, parece que la única política exterior común que son capaces de llevar a cabo los líderes europeos –especialmente los franceses– es marcar diferencias con el otro lado del Atlántico, recuperar por la vía de la retórica y de la obstrucción a la política exterior de los EEUU –que en líneas generales siempre ha apuntado hacia la defensa de la seguridad y los valores occidentales– esa influencia, dignidad e independencia que Europa –especialmente Francia y Alemania– perdió tras la II Guerra Mundial.
La actitud de Francia y Alemania, refrendada por Prodi, ante la posible reanudación de las hostilidades con Irak –sería impropio hablar de una nueva guerra cuando se trata en realidad de hacer cumplir las condiciones del armisticio que puso fin a la Guerra del Golfo– es una clara muestra de lo que entienden los actuales líderes europeos por “política exterior común”: que norteamericanos –y británicos– paguen el tributo de sangre e impopularidad que exige la defensa de la seguridad mundial mientras que los europeos se fabrican, de cara a los regímenes integristas y totalitarios del Oriente Medio, una seráfica imagen pacifista y antiamericana, con la vana esperanza de que los terroristas no se ceben con la vieja Europa.
La evidencia de que Europa Occidental debe su existencia al paraguas nuclear norteamericano y a la firme voluntad de EEUU de defenderla del acoso soviético, en lugar de generar sentimientos de gratitud y simpatía entre los europeos y sus líderes, es quizá el mayor motivo de animadversión hacia EEUU de políticos como Chirac y Schroeder, quienes quieren revitalizar el “eje franco-alemán” no precisamente para su principal razón de ser –el cumplimiento de las previsiones del pacto de estabilidad de euro–, sino para propinar una patada en la espinilla a Bush.
Los norteamericanos han reunido numerosas pruebas –procedentes de ingenieros iraquíes disidentes– del desarrollo de armas de destrucción masiva por parte del régimen de Sadam Husein. Sin embargo, Hans Blix, cuyo historial no le califica precisamente como el inspector de armamento más sagaz de la ONU –al parecer fue elegido indirectamente por el propio Sadam precisamente por su incompetencia, con el beneplácito de Rusia y Francia, los principales opositores a la reanudación de hostilidades con Irak–, es incapaz de encontrar siquiera un tirachinas y ya ha pedido más tiempo para seguir realizando sus actividades inspectoras en “estrecha colaboración” con las autoridades iraquíes, que aprovecharán la ocasión para ocultar en las simas más profundas de Irak –como ya han hecho en otras ocasiones– sus armas de destrucción masiva, de tal modo que Francia, Alemania y Rusia tengan motivos para recriminar a Bush su “agresividad” y “deseo de venganza”.
Goethe, una de las figuras cumbre de las letras alemanas, afirmaba que no merece disfrutar de la libertad quien no está dispuesto a defenderla cada día de su vida. Y no cabe duda de que el destino de Europa occidental hubiera sido la tiranía (nazi o soviética) si los norteamericanos no hubieran hecho el esfuerzo que los europeos se negaron a hacer contra Hitler y Stalin. Puede que, para Prodi, la “sabiduría” de Europa consista, precisamente, en dejar que otros luchen por su libertad y su seguridad. Pero, antes de que el relativismo moral sistemático se convirtiera en el credo de la mayoría de los europeos, esa sabiduría recibía el nombre de “cobardía” e “ingratitud”.

La “sabia” e ingrata Europa de Prodi

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