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Enrique de Diego

Europa, realidad inexistente

Está mal visto, a pesar de las evidencias, plantear la inexistencia de Europa como realidad política. Hay en juego muchos intereses, sobre todo de colocación de políticos en excedencia nacional para ocultar lo obvio: en cada situación de crisis cada nación europea responde como tal, con respecto a sus intereses, y, con frecuencia, de manera contrapuesta. Tal situación quizás debería llevar a ralentizar un proceso de unificación que puede disparar la burocracia y aumentar las tensiones internas. Hay un europeísmo razonable, pero también otro pacato que se hurta a cualquier crítica y que no tuvo en cuenta, por ejemplo, el previsible incremento de los precios con la introducción del euro, lo que han tenido que terminar por reconocer.

En el caso de Irak puede decirse cualquier cosa menos la existencia de una política exterior común. La situación de Mr. Pesc no pasa de la de florero. Los europeos podríamos perfectamente ahorrarnos su sueldo y no pasaría nada. Tony Blair es un firme aliado de Estados Unidos, dentro de la tradicional relación preferencial, muy intensa en y desde la segunda guerra mundial. Estados Unidos e Inglaterra tienen la autoridad moral de una clara lucha por la libertad. España e Italia componen un eje -o ejillo- mediterráneo, que, al final, tras titubeos y concesiones a la galería, termina respaldando a Estados Unidos. Es muy probable que su peso suba si siguen por esa línea ante la inminente crisis. Por contra, Francia y Alemania abanderan un europacifismo antinorteamericano, que en el caso de la socialdemocracia alemana les dio el poder en las últimas elecciones, con auténticos exabruptos.

Son las dos naciones que han planteado más problemas históricamente para la causa de la libertad. Y su posición actual no pasa de falta de compromiso dentro de una estrambótica ley del péndulo. Muchos de los problemas en el mundo islámico están heredados del colonialismo francés, que planteó soluciones tan conflictivas como el reparto del poder en el Líbano mediante porcentajes de confesionalidad. Una visión patética de la democracia que terminó peor que el rosario de la aurora.

Si Europa es incapaz de mantener una sola voz, no debería intentarlo, y debería contentarse con profundizar en lo que sí funciona: en el libre comercio interno y la creciente apertura de fronteras, saliendo de su fracasado e insolidario modelo de Estado de bienestar.

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