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Enrique de Diego

La lucha contra el fascismo

Resulta muy curioso que los medios europeos sistemáticamente ocultan que los Estados Unidos respecto a Irak no sólo plantean una cuestión en relación con las armas de destrucción masiva, sino también respecto a la misma esencia del régimen irakí. Los Estados Unidos, que han recuperado en buena medida la doctrina Eisenhower, inciden en la lucha contra el fascismo. En la segunda guerra mundial, Estados Unidos liberó a una Europa infectada de totalitarismo, con epicentro de la infección en Alemania, y con una Francia que buscó acomodo en el "nuevo orden" de los campos de concentración, y cuya decencia sólo salvó un De Gaulle al que siguieron en su llamada, preferentemente heroicos republicanos españoles.

Eso misma liberación pretende Estados Unidos respecto al mundo musulmán. Es fácil determinar la importancia de un proceso de ese tipo, que tendría consecuencias de todo tipo en los países limítrofes y en las corruptas petromonarquías. Por supuesto, el control de las fuentes de energía por integristas y fascistas es un grave peligro para la estabilidad internacional. Ningún sentido tiene plantear el debate sobre la licitud de una guerra preventiva, pues en este caso se trata, entre otras cosas, de terminar lo que se dejó incompleto tras la invasión a Kuwait. Aunque en la era nuclear lo preventivo es de sentido común. Y a ello se refiere Bush cuando dice que lo peor es quedar inactivo.

Desde hace décadas los demócratas han sido perseguidos en los países musulmanes por dictaduras y tiranías, que ahora son incapaces de frenar el integrismo o que lo financian para exportar la inestabilidad, que a ellos, en realidad afecta. Si los Estados Unidos se implican en la zona se acabarán las ansias de ser potencias de varias naciones, entre ellas Israel, pero también Arabia Saudí o Siria. El fascismo islámico sufrirá un grave retroceso –Irak financia a los suicidas palestinos– y podrá resolverse el conflicto de Oriente Medio.

Que una parte de Europa sea incapaz de ver esta realidad obedece a los demonios familiares y a los complejos de culpa. La Europa que estuvo a punto de sucumbir al fascismo no es capaz –el eje franco-alemán– de luchar contra un mal que ella inventó.

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