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Sharon, fortalecido

El único estado democrático de Oriente Medio, agobiado por la inflación y la crisis económica, por la lucha contra el terrorismo palestino y por la previsible reanudación de hostilidades con Irak, celebró el martes las elecciones generales que han registrado el récord de mínima participación (un 68%) en un país donde la media de abstención es tradicionalmente baja (en torno al 22%). Las divisiones en el seno del Partido Laborista, el principal sostén parlamentario del gobierno de unidad nacional presidido por Ariel Sharon, respecto de la conveniencia de apoyar la política del líder del Likud obligaron a éste a anticipar la convocatoria electoral para poner fin a la inestabilidad de la coalición de gobierno, en la que, además del Likud y los laboristas, estaban también integrados los partidos religiosos.

Ben Eliezer, ministro de Defensa con Ariel Sharon hasta el pasado 30 de octubre, forzó la salida del Partido Laborista del gobierno de unidad nacional. La proximidad de las elecciones primarias dentro del Partido Laborista y las acusaciones de los críticos de haber convertido a su partido en mero instrumento de Sharon le impulsaron a provocar la crisis de gobierno, confiando en que renovaría su liderazgo en las primarias. Sin embargo, fue Amram Mitzna quien el pasado noviembre se hizo con el poder en el Partido Laborista, concurriendo como cabeza de lista a las elecciones generales celebradas el martes con la divisa de que su partido no volvería a formar parte de un gobierno de unidad nacional con el Likud y con la promesa de reiniciar las negociaciones con los palestinos.

Sin embargo, los resultados de la maniobra de Eliezer y la oposición frontal a Sharon han sido un profundo fracaso, el mayor de la historia del laborismo israelí y peor incluso que los protagonizados en anteriores convocatorias por Simon Peres, que compartía gobierno con Sharon y Eliezer como ministro de Exteriores. De 26 parlamentarios en la Knesset, los laboristas pasan a tener 19 después del martes, los mismos que tenía el Likud, que casi duplica su anterior representación con 37 bancas. Si a esto se une el mal resultado del bloque de izquierda Meretz (que pasa de 10 a 7 diputados) y la emergencia del partido laico Shinui de Yosef Lapid –superviviente del Holocausto–, que absorbe con creces los escaños que han perdido los laboristas –15 diputados– y, que, aunque con matices, apoya en líneas generales la política de Sharon respecto del problema palestino, los resultados del martes son una clara muestra de que los israelíes se oponen a la línea blanda representada por los laboristas en torno a la cuestión palestina –que eclipsa con creces los problemas por los que atraviesa la economía israelí, el talón de aquiles del gobierno de Sharon–, y ya ensayada con Ehud Barak, quien ofreció a Arafat todo lo que Israel podía conceder sin poner en peligro su propia seguridad.

Con todo, Sharon no lo tendrá fácil para formar un gobierno que, quizá por primera vez en la historia de Israel, no incluirá a los partidos religiosos. La bandera del nuevo partido Shinui ha sido la oposición a los privilegios de los que han gozado los partidos religiosos por su condición de fuerzas bisagra y la intención de este nuevo partido de orientación centrista de no formar parte de ningún gobierno donde se hallen presentes representantes de estas fuerzas. Por su parte, el Partido Laborista, que forzó las elecciones anticipadas con su salida del gobierno de unidad nacional, tampoco está dispuesto en principio a apoyar de nuevo a un Sharon fortalecido en las urnas; máxime cuando ese apoyo amenaza con provocar un cisma en el seno del partido.

Sin embargo, la única posibilidad práctica de formar un gobierno de unidad nacional –deseado por la mayoría de los israelíes en la delicada situación que atraviesa su país– que deje abierto algún resquicio a la solución pacífica del problema palestino –con la condición previa del cese de los atentados terroristas– es un tripartito cuyos miembros serían el Likud, los laboristas y Shinui –cuyo líder ya ha mostrado su disposición a formar parte de él, invitando asimismo a los laboristas a hacer lo propio. Y por ello, lo más probable es que los laboristas, en interés del país y para evitar males mayores a su partido –como una coalición del Likud, Shinui y los ultranacionalistas, o bien la escisión del bloque que, junto con Eliezer y Peres es partidario de entrar en el gobierno– finalmente tengan que apretar los dientes y tragarse sus palabras, formando parte de un nuevo gobierno de unidad nacional presidido por Sharon. Aunque puede que sea cierto que la colaboración con Sharon haya pasado factura a los laboristas, es posible que obstruir la formación de gobierno acabara pasándoles una factura aún más abultada; pues no está claro del todo si la debacle de los laboristas se debe a esa colaboración o más bien a su abrupta salida del gobierno.

En cualquier caso, Mitzna, el líder de los laboristas, ya ha anunciado que se reunirá en los próximos días con Sharon, quien ha invitado a todos los partidos a formar parte del futuro gobierno– para decidir cuáles serán sus próximos pasos; lo que muestra que, al menos en principio, no cabe excluir a los laboristas de la coalición de gobierno que tendrá que afrontar el problema palestino, la crisis económica y la probable reanudación de hostilidades contra Irak. Motivos más que suficientes para arrumbar rencillas y diferencias que palidecen ante la grave situación a la que se enfrenta Israel.

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