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Mascaradas y consignas no valen por argumentos

El presidente del Gobierno expuso el miércoles en el Congreso los argumentos que justificarían la reanudación de hostilidades con Irak en virtud de las condiciones del armisticio firmadas por la coalición internacional y por Sadam Husein. La larga lista de armas químicas y biológicas de cuya destrucción el dictador iraquí aún no ha dado cuenta a los inspectores, la producción de misiles de alcance superior al permitido, los esfuerzos del régimen iraquí por hacerse con armas nucleares y la conexión con al Qaeda través de Abu Musa Al Zarkawi, responsable de las armas químicas de la organización de Ben Laden constituyen pruebas suficientes de que Sadam Husein no está dispuesto a prescindir de sus armas de destrucción masiva ni a colaborar con los inspectores de Naciones Unidas en la verificación de su desarme. Como bien señalaron José María Aznar y Ana Palacio en sus respectivas intervenciones ante el Congreso y el Consejo de Seguridad de la ONU, y como nosotros hemos venido sosteniendo en este diario, los inspectores no son detectives sino notarios que levantan actas de las pruebas que Sadam Husein ofrece de su desarme; por lo que su labor no es rastrear el territorio iraquí en busca de las armas de destrucción masiva que Sadam oculta –probablemente en laboratorios móviles, como Colin Powell explicó en el Consejo de Seguridad– sino evaluar la credibilidad de las pruebas que Sadam debe aportar.

Aunque la sola expulsión de los inspectores en 1998 y las constantes trabas impuestas a su labor desde que regresaron a Irak hace unos pocos meses ya hubieran sido motivos suficientes como para reanudar las hostilidades en virtud de las disposiciones del armisticio recogidas en las resoluciones de la ONU, EEUU y sus aliados han preferido esperar al dictamen de los inspectores de armamento e incluso instar una nueva resolución de la ONU –jurídicamente innecesaria– para fortalecer su posición y cargarse de argumentos de cara a la opinión pública internacional; puesto que, si es posible, siempre merece la pena agotar todas las posibilidades diplomáticas para intentar evitar el horror y la destrucción de la guerra. Algo que, por cierto, a Sadam Husein no le importa, pues no vacila en emplear a toda la población de su país como escudo humano para proteger sus armas de destrucción masiva.

Pero la actitud responsable del Gobierno contrasta agudamente con lo demostrado por la Oposición el miércoles en el Congreso. En un asunto tan grave como la guerra, cabría exigir a la Oposición que expusiera razonadamente los argumentos que, según ella, la desaconsejan. Sin embargo, PSOE e IU prefirieron prescindir de los razonamientos para sustituirlos por consignas ("guerra no", "Aznar monaguillo de Bush", etc.) y mascaradas, como la de los actores presentes en la tribuna de invitados, que presenciaron el pleno y repitieron –por invitación expresa de PSOE e IU– el consabido numerito de las camisetas y el metacrilato que ya ensayaron en la gala de los Goya y que tanto recuerda a los plantes de Batasuna en los plenos de los ayuntamientos del País Vasco.

Dejando a un lado que uno de los cabecillas del activismo “pacifista” de los actores organizado por la llamada “Alianza de Intelectuales Anti-Imperialistas” –inspirada en las plataformas “pacifistas” y “antifascistas” que Stalin, a través de Willi Munzenberg, organizaba en Europa en los años 30– es Carlo Fabretti, conocido, además de por su dedicación a la divulgación científica y a la literatura infantil, por sus colaboraciones en el diario Gara –donde defiende a la ETA y a Ben Laden, exhortando a “cientos de millones de árabes” a convertirse en “bombas humanas contra EEUU”–, si la idea que PSOE e IU tienen de una oposición responsable es la repetición acrítica de consignas y la representación de farsas es que, además de faltar al respeto a la institución que representa la soberanía popular y de tomar a sus votantes y al resto de los españoles por idiotas, demuestran que la única política que entienden y saben hacer es la de la movilización, la pancarta y la manifestación. La cultura política de la mayoría de los españoles está, afortunadamente, por encima de estos espectáculos infantiles; pues toda persona adulta sabe que no es quien más grita el que necesariamente lleva la razón, y que la repetición de consignas y mascaradas no sustituye a una argumentación sólida.

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