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La gangrena nacionalista carcome la UPV

Cuando un jovencito proetarra hizo entrega en noviembre de 2001 de una tarta de excrementos a Xabier Arzallus en el Salón de Grados de la UPV, exigiendo una universidad “sólo en euskera”, el sumo sacerdote del PNV la retiró hacia un lado con ademán parsimonioso –poniéndola bajo la nariz de uno de los profesores que le flanqueaban en la mesa– y, sonriendo, le dijo al cachorro de ETA que “compartía sus deseos” y “esperaba pronto verlos realizados”.

Ni qué decir tiene que la exigencia del portador de la inmundicia no se limitaba únicamente al ámbito lingüístico. Se refería en realidad a la intensificación de la purga sistemática de profesores no nacionalistas a través de la coacción, las amenazas y, en último término, el asesinato; que ya había obligado a abandonar la UPV a Jon Juaristi, a Mikel Azurmendi, Francisco Llera y a otros muchos.

La intensificación de esa campaña de “depuración” emprendida por “Ikasle Abertzaleak” (sindicato estudiantil del entorno de ETA) se ha desarrollado sin que el rector de la UPV, Manuel Montero –que cuando intentaron asesinar a Edurne Uriarte en diciembre de 2000, nueve meses después de que lo nombraran rector, reconoció con lágrimas en los ojos que tenía miedo– haya hecho gran cosa por evitarla; antes al contrario, ha procurado minimizarla y ocultarla. Sobre todo cuando Carmelo Landa, el dirigente batasuno, llamó a principios de 2001 a movilizarse “de forma democrática y pacífica pero muy firme ante el desembarco reaccionario de rectores” La oposición a cátedra de Edurne Uriarte, que después de haberla ganado, le fue retirada ilegalmente a instancias de la reclamación que formuló Francisco Letamendia, quien encabezó una campaña de acoso y desprestigio contra ella, es un ejemplo palmario de esa “purga” que ha puesto en marcha la división universitaria de ETA ante la pasividad de Montero, como denunciaron entonces públicamente treinta y ocho profesores de la UPV. Meses después, Uriarte pudo recuperar su cátedra de Ciencia Política, aunque para ello necesitó el concurso de los tribunales.

La reciente concesión de una plaza de profesor de Economía Aplicada al gestor de las Herriko Tabernas, Joseba Garmendia –actualmente en prisión preventiva– gracias a la misteriosa retirada de los otros dos candidatos no es sino un jalón más de ese proceso de “depuración” por el que ETA-Batasuna, en la mejor tradición marxista-leninista, quiere tomar el control de la Universidad y silenciar las ya escasas voces que se oponen abiertamente al modelo totalitario de enseñanza y al nacionalismo obligatorio preconizados tanto por ETA-Batasuna como por el PNV.

Con todo, los profesores de la UPV no se resisten a tirar la toalla en silencio y sin luchar. Más de 250 de ellos han creado una Plataforma por la Libertad ante “el deterioro moral de la UPV”. Un deterioro moral que los obligó a comparecer encapuchados, como si ellos fueran los delincuentes y que les lleva a afirmar que la UPV se ha consagrado como “una Universidad anormal, de difícil regeneración”, sobre todo cuando un procesado por pertenencia a ETA ha accedido a los cuerpos docentes con el beneplácito del rector Montero, que muy bien podría haber declarado desierta la plaza ante los evidentes indicios de coacción que impulsaron a los otros candidatos a abandonar la oposición.

Sin embargo, lo que ocurre en la UPV no es muy diferente a lo que está sucediendo en el resto del País Vasco, una sociedad carcomida y envilecida por el miedo que en su mayoría –y salvo muy honradas excepciones que todavía mantienen viva la llama de la libertad– se siente incapaz de sacudirse el yugo totalitario del nacionalismo, bien en su versión “moderada” o en su vertiente criminal; quizá porque, en el fondo, ya se ha empezado a acostumbrar a él.

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