Si algo distingue a un partido responsable de una bandería que no repara en medios para conseguir sus fines –sean cuales sean– es el respeto a las reglas del juego político consensuadas con el resto de los partidos y refrendadas por los ciudadanos. En otras palabras, lo que distingue a un régimen democrático de una despiadada lucha por el poder entre facciones –que suele conducir a enfrentamientos civiles– es el firme compromiso de la sociedad política de marginar a quienes antepongan sus objetivos al mínimo denominador común de la vida en democracia: la defensa de la vida y la libertad de todos los ciudadanos, al margen de cuáles sean sus convicciones políticas.
En el País Vasco hoy no se dan las condiciones mínimas para el desarrollo del juego político democrático porque los constitucionalistas no se encuentran en igualdad de condiciones con los nacionalistas. Esto es así desde el momento en que defender las libertades recogidas en la Constitución –ese mínimo denominador común de la convivencia pacífica– implica la marginación y la coacción política por parte del nacionalismo gobernante, y el riesgo de ser asesinado por quienes –con la connivencia del nacionalismo “moderado”– se jactan de su irrespeto de la legalidad vigente y no se molestan siquiera en disimular que su objetivo es el exilio o la eliminación física del adversario.
Del mismo modo que antes de decidir el rumbo de un barco, es preciso taponar las vías de agua que amenazan con su hundimiento; nada más lógico y natural que quienes luchan por defender las condiciones mínimas que hacen posible la vida en democracia en el País Vasco dejen en un segundo plano sus siglas, sus intereses y sus objetivos políticos para aunar esfuerzos en la tarea –necesariamente común– de mantener a flote la nave de las libertades.
El PP vasco, liderado por Jaime Mayor Oreja, ha vuelto a ofrecer al PSE la presentación de listas conjuntas, más allá de las siglas, para las elecciones municipales. Es un primer paso para recuperar –si es que alguna vez la hubo– la normalidad política en el País Vasco, que sólo podrá conseguirse cuando los nacionalistas pasen a la oposición. Plenamente conscientes de ello, destacados socialistas vascos como Nicolás Redondo Terreros –el martes en ABC–, Carlos Totorika y Rosa Díez –quien el lunes, con una elocuencia y claridad desusadas, responsabilizó al PNV de los asesinatos de ETA–, se han mostrado –como lo hicieron en otras ocasiones– favorables o abiertos a un acuerdo en este sentido.
Sin embargo, Rodríguez Zapatero y Patxi López –los liquidadores de Redondo Terreros, al dictado de González, Cebrián y Polanco–, han rechazado una vez más el responsable y generoso ofrecimiento de Mayor Oreja que, indudable y lógicamente, apoya la mayoría de las bases de ambos partidos, pues son quienes comparten a diario la marginación e indiferencia del PNV y las amenazas y los asesinatos de ETA-Batasuna. Prisionero de González, para quien todo vale en contra del PP con tal de reeditar los rancios atavismos antiespañoles de la izquierda –conservados en formol desde la guerra civil– que le llevaron al poder hace veinte años y que tanto han favorecido al nacionalismo y a todos aquellos que, neciamente, esperan su medro personal o político de la desmembración oficial u oficiosa de España –la cual llevaría aparejada la pérdida efectiva de las libertades en los fragmentos que de ella resultaran–, Zapatero ha vuelto a dar muestras de su irresponsabilidad y de su escasa talla política al rechazar la única vía segura para dejar en la oposición a los nacionalistas, pues le preocupa más la reacción de González y Polanco que las amenazas y los asesinatos que sufren los militantes del PSE.
Decir, como Zapatero, que la presentación de listas conjuntas con el PP sería “un triunfo de los violentos”, ya que no hay que dejar que “la estrategia del terror mate la libertad y la pluraridad” es estar fuera de la realidad o, aún peor, encubrirla con eufemismos. Efectivamente, la estrategia del terror ya ha matado en gran medida “la libertad y la pluralidad” en el País Vasco, como muy bien saben los militantes y concejales del PP y del PSE.
Pero afirmar, como hace Patxi López que “el Partido Popular pretende con esta iniciativa correr un velo sobre sus propios problemas políticos” y alimentar “una dinámica frentista que los socialistas jamás vamos a secundar” es un acto de puro cinismo y cobardía. En primer lugar, porque los problemas que pueda tener el PP en el País Vasco son en esencia exactamente los mismos que tiene el PSE. Y, en segundo lugar, porque fueron precisamente los socialistas quienes inventaron el “frentismo” político en la izquierda; aunque, eso sí, al servicio de la ruptura revolucionaria de la legalidad institucional que acabó provocando la guerra civil. De momento, salvo honradísimas excepciones, no se les ha ocurrido aplicar su invención a la defensa de la vida, de la libertad y de la democracia.

Contra el PP antes que contra el PNV

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